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Billy Wilder: Un genio del cine Triunfador en todos los géneros

La efímera eternidad de Hollywood: 70 años de “El ocaso de una vida”

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Moisés Elías FuentesCiudad de México / Tomado de La Jornada Semanal

Sobre el finísimo piso de una sala que en los locos años veinte atestiguó el baile de Rodolfo Valen­tino, la asimétrica pare­ja formada por Norma Desmond (Gloria Swanson) y Joe Gilles (Wi­lliam Holden) sigue, con artificial soltura, los acordes del tango “La cumparsita”,* interpretado por un cuarteto que mira sin ver a esos bailarines que se aferran, como el amante que canta su desdicha en el tango, a quimeras que se les des­vanecieron entre las manos: Des­mond y sus marchitos laureles de juvenil estrella del cine mudo; Gi­lles y su talento de guionista, aho­gado por sus ambiciones.

Ese baile devela la tragedia que une los destinos de Desmond y Gi­lles en el noveno filme de Billy Wil­der, El ocaso de una vida (Sunset Boulevard), que muy pronto se cifró como una de las críticas más pene­trantes de la depredación de hom­bres y mujeres en el primer Ho­llywood, a más de ser una mirada sin autocomplacencias del abando­no social y la soledad espiritual del individuo en el nadir de la fama.

Nacido en 1906 bajo el imperio austrohúngaro, Samuel Wilder se inició en el cine como guionista en el Berlín de entreguerras, del que, a consecuencia del ascenso de Hitler y los nazis al poder, emigró a Fran­

cia y de ahí a Estados Unidos, adon­de llegó en 1934, incorporándose de inmediato como guionista a la in­dustria fílmica de Hollywood, has­ta que recibió su primera oportuni­dad en la dirección con la comedia musical El mayor y la menor, a la que siguieron filmes como La comezón del séptimo año, Una Eva y dos Ada­nes, Piso de soltero y Uno, dos, tres, en los que dejó patente su habilidad para la fusión de géneros.

Sin duda, donde llevó a los ex­tremos su experimentación con los recursos narrativos fue en el ci­ne negro, que comenzó con Pac­to de sangre (Double Indemnity), con base en una novela de James M. Cain, y continuó en Días sin huella (The Lost Weekend), ins­pirada en la novela de Charles R. Jackson. En el primer caso, la no­vela de Cain se inscribe en la narra­tiva negra, que concedió a Wilder conocer, de una fuente directa, los lineamientos básicos del género, por lo que, en el segundo, el direc­tor se atrevió a relatar la historia de un alcohólico en clave noir, con lo que expandió el campo de acción del género.

En la enorme y semioscura sala, invadida por una multitud de repor­teros de nota roja y de espectáculos, resuena la atildada voz del mayor­domo Max von Mayerling (Eric von Stroheim), quien indica a los cama­rógrafos tomar un plano en contra­picada de Norma Desmond (Gloria Swanson), estrella del cine mudo, quien desciende por la escalinata de su mansión, convencida de ser to­davía la joven actriz que alguna vez actuó a las órdenes de Cecil B. de Mille, alucinación coronada por el monólogo que la olvidada diva diri­ge a la cámara, antes de desaparecer en el fundido a negro que marca el final de El ocaso de una vida, el no­veno filme de Billy Wilder.

Compuesta la música por el uru­guayo Gerardo Matos Rodríguez en 1915, “La cumparsita” sólo tuvo letra hacia 1924, escrita por los músicos ar­gentinos Pascual Contarsi y Enrique p. Maroni, y desde entonces se convirtió en una de las cumbres del tango.

Sepa más (Tomado de AlohaCriticón) En el año 1942, Billy Wilder de­butó en Hollywood como direc­tor con la comedia “El Mayor y La Menor”, un film protagoniza­do por Ginger Rogers y Ray Mi­lland que fue continuado duran­te los años 40 por obras maestras como “Perdición” (1944), una ex­cepcional muestra de cine negro, o “Días Sin Huella” (1945), so­berbia descripción del problema del alcoholismo.

La década de los 50 resultó ex­traordinaria para el realizador austriaco. Prácticamente todos sus títulos son imprescindibles para entender la capacidad como autor de Wilder, aunque las pe­lículas más redondas de este pe­riodo son “El Crepúsculo De Los Dioses” (1950), “Traidor En El In­fierno” (1953), “Testigo De Car­go” (1957), que adaptó un relato de Agatha Christie, y “Con Faldas y a Lo Loco” (1959), sin olvidar cintas como “El Gran Carnaval” (1951) o “Sabrina” (1954).

Su talento como director y guio­nista fue reconocido por sus cole­gas de profesión a lo largo de su ca­rrera. En los años 40 y 50, además de las nominaciones citadas ante­riormente, Billy Wilder fue candi­dato al Oscar por “Perdición” (co­mo director y guionista), “Días Sin Huella” (como director y guio­nista), “Berlin-Occidente” (como guionista), “El Crepúsculo De Los

Dioses” (como director y guionista), “Traidor En El Infierno” (como direc­tor), “Sabrina” (como director y guio­nista), “Testigo De Cargo” (como di­rector) y “Con Faldas y A Lo Loco” (como director y guionista).

De todas estas nominaciones sacó provecho en tres ocasiones, al lograr la estatuilla por “Días Sin Huella”, tan­to por su dirección como por su guión, y por el texto de “Traidor En El Infier­no”. Posteriormente este número de Premios Oscar se aumentó gracias a su primera y magistral película filma­da en la década de los 60, “El Aparta­mento”, protagonizada por Jack Lem­mon, uno de sus actores favoritos.

Con el tiempo, Billy Wilder comen­zó a cansarse del cine de la época y rara vez se sentó en la silla de direc­tor. Cuando lo hizo sus películas no funcionaban como lo habían hecho en tiempos pasados. Aún así, títulos tan disfrutables como la atípica “La Vida Privada De Sherlock Holmes” (1970), “¿Qué Ocurrió Entre Tu Pa­dre y Mi Madre?” (1972), “Primera Plana” (1974) y “Fedora” (1978) me­recen una justa revaluación.

Pósters de algunas de sus películas.

Afiche de Uno, dos, tres

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