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SONAJERO

Enriqueta y Michelle

Por la agenda del Festival Fine Arts, esta semana vi el filme “Insumisas”. Es una historia suizo-cubana sobre la vida de Enriqueta Faber, nacida en 1791 y quien se hizo pasar por hombre para poder ejercer la medicina. El filme de Fernando Pérez y Laura Cazador, conmueve. Y desnuda los crímenes de sociedades gobernadas por la misoginia, el prejuicio, la intolerancia.

Enriqueta vistió y hablaba como hombre para llegar a la universidad y llegar a ser cirujana. Ejerció con tal nobleza y profesionalidad (tanto a ricos como a pobres) que fue criticada, perseguida y condenada a diez años de prisión. A su mundo le ofendió verla empoderada, dueña de su presente y labrando su futuro.

La historia de Enriqueta me recordó a Michelle Obama cuando visitó la escuela Elizabeth Garrett Anderson en Londres. Frente a casi mil niñas pobres y migrantes, escribió en sus memorias: “Bastaba echar un vistazo a las caras del auditorio para saber que, a pesar de sus méritos, aquellas jóvenes tendrían que trabajar duro para que las vieran. Había chicas que llevaban Hiyab, chicas para las que el inglés era su segunda lengua, chicas que presentaban en su piel todas las tonalidades de marrón. Sabían que tenían que hacer frente a los estereotipos en los que las encasillarían, a todas las maneras en que las definirían antes de que tuvieran ocasión de definirse ellas solas. Tendrían que combatir la invisibilidad asociada con ser pobre, mujer y de color. Tendrían que esforzarse para encontrar su voz y no dejarse avasallar, para impedir que las derrotaran tendrían que esforzarse solo para aprender”.

Y sigue: “Pero en sus caras se veía la esperanza y yo la sentía también. Para mí fue una revelación extraña y discreta: ellas eran yo, la que había sido. Y yo era ellas, lo que podría ser. La energía que sentía palpitar en aquella escuela no tenía nada que ver con los obstáculos; era el poder de novecientas chicas en lucha. Les dije que aunque venia de muy lejos y tenía un título raro, yo procedía de un barrio de clase obrera y me había criado en una familia de medios modestos y ánimo cariñoso, y que muy pronto había descubierto que la escuela era el lugar donde podía empezare a definirme a mí misma: que una educación era algo por lo que valía la pena esforzarse, que las impulsaría hacia adelante en el mundo”.

Para las niñas y las mujeres, el mundo sigue siendo áspero y duro. Y el reto grande, muy grande.

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