‘Purrucho’ una marchanta como hay pocas

La calle 8, de la Zurza, es donde comúnmente se le encuentra. ONELIO DOMÍNGUEZ/LD.

La calle 8, de la Zurza, es donde comúnmente se le encuentra. ONELIO DOMÍNGUEZ/LD.

La dinámica diaria de Rita López “Purrucho” es cada día la misma, durante tres días a la semana: levantarse a las 5:00 a.m. para salir 20 minutos antes de las 6:00 a.m. a abastecerse de lo que saldrá a vender a las 8:00 a.m. y “lo que no se vende en un día, se vende en el otro”, comenta entre risas.

Si la fueran buscando a la localidad La Selvita, ubicada en la zona sur de Santiago, pocos la encontrarían por su nombre propio, pues Purrucho es el nombre por el que hasta sus clientes le llaman.

Lleva en este oficio 40 años. Cuatro de las siete décadas que ha visto a lo largo de su vida. En este momento de su vida “cuatro” es un número que representa varias partes de lo suyo: cuatro hijos, cuatro nietos, cuatro décadas buscando el dinero para criar a sus hijos, y para pagar sus medicinas, que una masa en un pulmón, además de la artritis hacen que tenga que tomar; también, cuatro horas en la calle después de salir del Hospedaje Yaque, donde consigue sus artículos de venta.

En busca de paz Ha escogido recorrer la zona sur y centro histórico de la ciudad, pues le parece que es un trayecto tranquilo, y le brinda esa misma paz.

“Soy una vieja explotá’ , enferma de la columna”, resalta con pesar, achaques producidos por tantos años en la calle, sobre un burro que, incluso, la ha tumbado. Sin embargo, es bueno José.

Una de dos. Es la única que queda en todo el área que anda sobre un burro, en su trabajo como marchanta; la otra que también lo hace así se mueve por la carretera Don Pedro, al este de la ciudad de Santiago.

Aunque lo disfruta, quisiera estar ‘sin afanar’ en tranquilidad Quienes viven por donde ella recorre dicen “como ella hay pocas”. Y es que se registra que solo dos andan en burro en la ciudad, a pesar de que se ha urbanizado tanto en los últimos años. A otros se les prohibió seguir en las calles transitando en animales, pero Purrucho afirma que con ella nadie se ha metido, que “esa es mi fuente para vivir”.

Trabajó dos años siendo marchanta de las que venden con poncheras, pero luego de ahí encontró mejor hacerlo del modo que lo ha hecho por más años, por la razón de que descansa y puede llegar más lejos, en busca de que “cualquiera salda y me gaste RD$10”.

Está feliz porque ya tienen bisnieto. Es de espíritu familiar. Vive sola, según explica, pero en las tardes y noches, se reúnen familiares en el patio común para compartir, y luego retirarse a dormir. No trabaja después de la 1:00 de la noche.

Antes de que muriera su madre, quien le ayudaba bastante, no trabajaba de este modo, pero luego de su partida, tuvo que hacer porque la necesidad le obligó. El burro ha sido su mejor aliado desde entonces, a pesar de que la ha hecho molestarse, pues a su modo explica que él tiene personalidad, y si tardan para darle de comer o algo similar “se molesta; sí, José se pone bravo”.

“La cosa esta dura”, explica, se está picando a veces, pero no se está resolviendo. Su mayor preocupación son los medicamentos, pues las ventas están en su peor tiempo, y esto le dificulta costearse lo que necesita.

Su compañero José Si se descuida, José le roba los plátanos maduros. Echa la cabeza hacia atrás y ella tiene que mantenerse echándose hacia adelante, porque le encanta también la zanahoria, y con su actitud no le ayuda al negocio.

Sin embargo, muchas son las personas que le guardan comida al animal, porque saben que ella pasará con él. Incluso, su cena siempre se la lleva en las árganas donde también monta los plátanos y verduras que comercializa.

Muchos le guardan cáscaras frías de la nevera, pues han esperado con ellas días hasta verla pasar, a modo de ayudarle con la renta de su compañero de camino.

“Me gusta trabajar, pero estoy enferma. Los hijos me ayudan, pero ganan poco”, vuelve a subrayar la dama, a quien un camión le arrebató a su compañero de vida hace ocho años.

La mayoría de las personas la cuidan, y eso le hace feliz. La conocen, la llaman por su nombre y se han aprendido su ruta. Si se pregunta por ella la mayoría suele decir que la ha visto, pero que les llama mucho la atención el ver a una mujer a su edad, de marchanta en burro, cuando debería estar tranquila en su casa, sin afanar tanto.

Sepa más Necesidad. Ser madre comprometida la ha llevado por más de la mitad de su vida a trabajar muy duro “en lo que apareció” según sus circuntancias. Añora la posibilidad de mejorar su estilo de vida, estando tranquila en su casa, sin la necesidad de salir cada madrugada, a comprar para vender las verduras.

Recorre con mucha calma su trayecto, pues sus fuerzas han disminuido. LD

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