PRESENCIA DOMINICANA
Confesión
Confieso que estoy herido, mal herido. Todo el que me conoce sabe que mantengo el encanto del fanatismo por mis simpatías con los Yankees y el Licey. Ser fanático de cualquier deporte es mantener la esencia humana que transmite la emoción generada por esta milenaria actividad.
Lo ocurrido el pasado miércoles en el quinto episodio del quinto partido de la Serie Mundial será inolvidable, para bien o para mal, dependerá de la simpatía que se tenga por uno de los equipos enfrentados. La debacle sufrida por los Yankees asume la condición de histórica desde su ocurrencia. Perder una ventaja de cinco en un episodio, por errores donde los mentales fueron los peores, fue insólita. Después de los Dodgers llenar las almohadillas con un solo hit, dos pifias, del jardinero central y el campo corto contribuyeron. El lanzador Gerrit Cole se crece y poncha consecutivamente a dos bateadores. El siguiente; Mookie Betts, es dominado con rola a la inicial, efectuándose entonces el primer error mental cuando Cole no corre a cubrir la almohadilla para recibir la asistencia del inicialista y completar el out. La anotación oficial concede hit a Betts, se anota una carrera, las bases se mantienen llenas y el marcador cinco a una. Entonces ocurre el segundo error mental, nadie de la cueva sale a exhortar al grupo, a transferir calma al lanzador, indicar que se sostiene una buena ventaja, solo hacía falta eliminar otro rival. Entonces vino la hecatombe, incogible de Freddie Freeman y doble de Teóscar Hernández empatan las acciones. Lo demás es conocida historia reciente. A un grupo como el de los Dodgers no se le podía abrir esa puerta, honor a su capacidad de recuperación.
Independientemente de ser injustificable que atletas con salarios de más tres centenas de millones de dólares jueguen como aficionados, se destacó la pasividad de la dirigencia de los Yankees. Contrastaba con las manifestaciones emocionales de su adversario, era notoria la empatía que sostenía con sus jugadores.
A una importante conclusión conducen los hechos ocurridos la noche del 30 de octubre en el Yankee Stadium: peca de un atrevimiento forjado por la ignorancia el que sentencia que el béisbol es un deporte aburrido.