Los desarraigados

En las calles de Santo Domingo comen, orinan, defecan y duermen cientos de personas que viven de la caridad pública o volteando fundas de basura.

Están en semáforos, parques, monumentos y cuando termina su “jornada” tienden una caja de cartón en una acera y allí duermen hasta media mañana.

Es un cuadro dramático por partida doble: primero, porque se trata de personas –dominicanas y haitianas- sumidas en la pobreza y sin el más mínimo arraigo en la sociedad.

Segundo, porque los hay niños, adolescentes, hombres y mujeres, ancianos, enfermos mentales, todos con un común denominador: desamparados.

Su calamidad se transfiere a la ciudad donde estudiantes, trabajadores, profesionales que van y vienen –junto a turistas de Europa y Norteamérica- constatan que la séptima economía de la región no se ocupa de sus marginados.

El gobierno, el Ayuntamiento del Distrito Nacional, con el apoyo de las juntas de vecinos y las iglesias, debería impulsar un programa de rescate y dignificación de estos deambulantes.

No estamos exponiendo esta situación para que las autoridades salgan a cazar mendigos, tirarlos en un camión y sacarlos simplemente de las calles. ¡No!

Nuestra preocupación es rescatar a esos seres humanos. Darle asistencia y tratar de ocuparlos en labores de limpieza de la ciudad, recogida de plásticos y ramas, para que vivan dignamente y aporten a la sociedad.

La ciudad no solo es dueña de su historia, sus grandes torres, avenidas, plazas comerciales relucientes, bancos, tiendas y oficinas. También es propietaria de sus despojos, materiales y humanos.

Corresponde a las autoridades ocuparse por igual de las primacías como de sus desafíos, siempre colocando al ser humano –no importa su condición- en el centro de su trabajo.

Tendamos una mano a esos errantes de la capital que superviven en condiciones deprimentes y en muchas ocasiones iguales que los animales callejeros.

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