Un muerto en la basura
En un mundo tan caótico, nada tiene de raro que muchas sorpresas ocurran a la vez, en cuestión de segundos. Aprendimos a vivir en medio de esa masa inagotable de sucesos novedosos que la llamada profesión periodística reporta diariamente.
Una vez ejerciendo la manía de contar historias, el caos pareciera ser el mar donde florecen datos en lugar de peces y estos, en lugar de comida, se transforman en noticias. Ante incendios, tiroteos, accidentes, inundaciones alguien tiene que estar para contar lo sucedido con lujo de detalles.
Pero claro, la agenda no siempre gira en torno al caos, hay días en los que el viento sopla lento, el tránsito se vuelve apacible, las bocinas se apagan, la gente conversa tranquila en las esquinas… pero hasta en esos días uno debe estar alerta porque cualquier cosa puede suceder.
No recuerdo de quien escuche la frase: “un muerto siempre será noticia”, pero lo que sí recuerdo fue cuando el ejercicio de esta carrera llevo a una de mis compañeras a ver su primer muerto, el cual cayó desde un quinto piso y quedó con la cabeza abierta.
Él era un nacional haitiano al que quizás la muerte se llevó por equivocación al estar en el momento y lugar que no le correspondía pues, el día de su infortunio, estaba cubriendo a su hermano en una obra de construcción.
El suceso llamó la atención de uno de los editores de este diario, quien le dedicó unas cuantas líneas en uno de sus artículos y ahora yo también lo hago para comentar como dí con mi primer muerto y del que todavía guardo los datos de una historia que jamás compartí con nadie, hasta ahora.
Se suponía que debía ser un recorrido rutinario, como todos los días, por la zonas de Sabana Perdida y Santo Domingo Este para verificar cómo se desempeñaba la recogida de basura por esos lugares. Me encargaron enumerar las preocupaciones de la gente que por allí vivía, anotar las zonas en las que se observaban los cúmulos de desperdicios sólidos, tomar fotografías para la evidencia, y regresar al periódico con una historia lista para ser publicada. Pero lo que nadie imaginó la presencia de la muerte entre tanto ajetreo cotidiano. Una multitud de curiosos rodeaba al occiso, cubierto por una sábana blanca ante la presencia de las moscas que amenazaban buscar algo entre su peste y se posaban sobre la mancha roja a la altura de su cabeza. Con temor me detuve ante aquel espectáculo poco común.
Empecé a preguntar sobre el final de aquel joven de 28 años que en ese instante yacía sobre la acera. Entre rumores conocí que el mismo chocó contra un poste de luz y se golpeó en la cabeza. El otro dato, que nunca pude confirmar, se relacionaba como una supuesta persecución policial.
No me atreví a acercarme al cadáver, los muertos siempre han sido uno de mis mayores miedos y el ambiente que envuelve este tipo de escenario puede ser un puñal de doble filo para mi sensibilidad, aunque el muerto fuese el más vil desalmado ser porque, al final, siempre aparecen sus dolientes.
En mis indagaciones di con la esposa del joven, quien se encontraba apartada del genterio. A pesar de su tristeza me comentó que cuando la llamaron, le dijeron que su pareja había tenido un accidente, no que estaba muerto.
Cuando su padre, casi en lágrimas, y sin poder creerlo me contaba que en unos días iba a celebrar el cumpleaños de su hijo, no soporté más aquella escena y me marché.
Quizás quienes lean esta historia comenten que debí permanecer; que mi deber era dejar de lado las emociones y buscar la noticia, porque tal vez en el ejercicio de mi profesión haya visto cosas peores. Pero me temo que lo peor que me puede suceder es perder la sensibilidad y el sentido humano.
A veces las situaciones nos afectan mentalmente y aun asi estamos acostumbrados a reponernos y hacer el trabajo porque es lo que la carrera exige.