Reflexiones del director
Aquellas campañas sangrientas
De quince elecciones generales celebradas en democracia, solo la actual ha resultado ser la más pacífica de todas. Esta característica marca el epílogo de un modelo de contienda teñido de sangre por la violencia, muerte y represión.
A los periodistas que cubrimos la mayor parte de ellas, nos resulta asombroso este avance del espíritu cívico que hoy se patentiza.
Recuerdo que en las elecciones de 1966, saliendo de la guerra fratricida del año anterior, ninguno de los candidatos que polarizaban el electorado, Balaguer y Bosch, tenía garantías para hacer proselitismo.
Bosch prácticamente lo hizo a través de mensajes por radio, mientras Balaguer, en un audaz gesto de valentía, desafió las amenazas de un atentado contra su vida en La Romana. Se presentó y se sentó en la galería de una residencia, exponiéndose a aquellos que querían eliminarlo físicamente, o al menos amenazaban con hacerlo.
En otra campaña posterior, en una ciudad del Nordeste caracterizada por el antibalaguerismo, Balaguer hizo una sorprendente caminata en medio de la calle, cuando los estruendos de algunas bombas se escuchaban cerca.
Una noche de la campaña de 1978, cuando la oposición estaba decidida a sacarlo del poder tras doce años de rígido ejercicio, viví el sorprendente episodio de un ametrallamiento militar a su caravana. Íbamos ladeando un río en Bajos del Yuna, como a las 9 de la noche, de camino al último mitin de la zona. Desde la ribera opuesta, los militares de
un campamento descargaron una lluvia de disparos, y la caravana se detuvo bruscamente. Nuestro vehículo de prensa iba siempre en tercer puesto tras el del candidato Antonio Guzmán, siguiendo al de
sus escoltas. De todos los vehículos de la caravana salieron hombres bien armados para responder la agresión, sin que hubiesen víctimas.
Al cesar los disparos, Guzmán desoyó los consejos de sus escoltas para que la caravana retrocediera y dio órdenes de seguir hacia el fin de la ruta. Otro gesto de valor personal, semejante a otras pruebas de coraje que su opositor había dado en otras circunstancias, incluyendo las de caminar bajo los tiros de “El bogotazo” en Colombia, el 9 de abril de 1948.
Antes del episodio del Bajo Yuna, las caravanas del PRD eran interceptadas y, en pocos casos, desorganizadas por actos agresivos de militares que exhibían pañoletas rojas en los cañones de sus fusiles. Desde 1966 hasta 2020, las campañas se convirtieron en teatros de guerra: los adversarios políticos se atacaban cuando coincidían en sus caravanas, y siempre había saldos luctuosos. Eran los muertos de la campaña, de los que la gente se olvidaba después. Tanto así que ahora, al vivir un proceso pacífico, nadie imagina lo siniestras que fueron las anteriores.
Así, a sangre y violencia, la democracia dominicana ha ido abriéndose paso a lo largo de varias décadas, lo que debemos celebrar hoy