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El destino del país

Votar no es solamente elegir autoridades.

Con este sencillo pero crucial ejercicio, el ciudadano está decidiendo el destino de su país.

Si la votación es libre, limpia y consciente, le dará un espaldarazo al sistema democrático, cuya fuente primordial descansa en la voluntad popular.

Esta voluntad popular es la que da legitimidad a la elección de autoridades.

Las que resulten electas, libérrimamente, quedan revestidas de la autoridad que emana de los votantes, para tomar decisiones que afectan el curso de sus vidas y del país.

Las elecciones no son un concurso de belleza ni de popularidad.

Es el espacio más sagrado para que cada ciudadano endose las propuestas de gobierno que les garantizan derechos y libertades y, más que nada, oportunidades de bienestar.

Las elecciones libres y justas, como las que se celebrarán mañana en todo el país, contribuyen a la estabilidad política y la paz social, siempre y cuando la voluntad popular se exprese sin coerciones ni cortapisas.

Con el voto, además de elegir, robustecemos un sistema que se erige en barrera contra la concentración de poder y la tiranía, en la que las imposiciones sustituyen la libertad del ciudadano para decidir el destino de su nación.

A grandes rasgos, en estas elecciones es que radica el verdadero poder de una nación.

En la medida que lo hagamos más robusto, yendo a votar y luego a exigir a los electos una permanente rendición de cuentas de sus actos, tendremos una democracia más funcional, legítima y estable.