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Democracia sin demócratas

Pocas veces se repara en este detalle, pero uno de los factores que conduce al declive de la democracia dominicana es el frágil vínculo entre los partidos y la sociedad.

A la falta de conexiones fuertes con la sociedad, las condiciones para hacer funcionar los mecanismos de la democracia dan lugar a que los políticos actúen según sus intereses, no los de la ciudadanía.

Por eso no es de extrañar que nunca hayan tenido éxito los llamados a pactos de unidad nacional para afrontar una prioridad crucial, una catástrofe, calamidad sanitaria lo la defensa de la soberanía.

Pocas veces, en casos de emergencia, se observa la presencia de voluntarios de los partidos asomando sus hombros para ayudar a las comunidades.

Se lo dejan todo al gobierno, como si las únicas responsabilidades de los partidos sea la de ir a elecciones y, si tienen suerte, a depredar al Estado.

Todos se mueven en la dirección de alcanzar el poder, pero no en la de emplear esa cima para satisfacer necesidades apremiantes o aprobar, en consenso, leyes y reformas esenciales.

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En el sistema político dominicano, los partidos van y vienen como las olas, una vez fuertes, otras debilitadas, y ese efecto se refleja en el de las lealtades partidarias, que oscilan pendularmente.

Otras resultantes del declive es la pérdida de la representatividad, que se manifiesta en el desdén de una ciudadanía frustrada por esta desconexión.

Esto es lo que ha dado lugar, aquí y en América Latina, a que las elecciones reflejen altos grados de abstencionismo.

Y a que los partidos vayan perdiendo militancia porque no son correas de transmisión ni de solución de las necesidades básicas de la sociedad.

Todavía hay tiempo de dializar con sangre nueva de compromiso a la democracia dominicana, progresivamente convertida en una “democracia sin políticos y sin demócratas “, como la peruana.

O lo más parecido a una “lechuga hidropónica, bonita por fuera pero carente de raíces”, como una vez describiera a la de Chile un respetado politólogo de ese país.