Reflexiones del director
Los héroes silentes del periodismo
El corresponsal del pueblo es el más fiel ejemplo del apostolado periodístico.
Con escasas herramientas, limitados recursos para su movilidad y bajos salarios, rompen corozos y sufren sinsabores para cumplir satisfactoriamente su misión.
Lo hacen con demasiadas desventajas y sin ninguna protección a su integridad, siendo, como son, las cámaras de eco de las necesidades de sus comunidades.
Recuerdo que en la década de los setenta, los corresponsales no tenían salarios fijos en los medios a los que reportaban a diario.
Se les pagaba, en los impresos, diez centavos por la pulgada de las noticias publicadas y de cinco o diez pesos por cada foto que las acompañara. Algunos medios, cicateros, apenas le ponían una gráfica, para no pagarles más.
Tenían que esperar a finales de mes para venir a la capital desde sus remotos lugares de trabajo, y aquí les median, como si se tratara de un sastre, el tamaño de los recortes de periódicos con sus publicaciones.
Algunos servían a más medios, como los informativos radiales o televisivos, que les pagaban un salario de 15 a 20 pesos mensuales.
En ciertos pueblos, ellos también se ocupaban de ser los distribuidores de los ejemplares de papel, pero fiándolos a sus clientes para cobrarlos a fin de mes.
A pie, en motores o bicicletas, tenían que hacer también el oficio de la distribución.
Los periodicos les daban a ganar un beneficio de menos de dos a tres centavos por ejemplar vendido.
Se convirtieron así, por esta doble condición de corresponsales y agentes distribuidores, en representantes de los diarios y eso les granjeaba alguna consideración en la comunidad, o les abría puertas en sus coberturas noticiosas.
Pero si el gobierno los veía con ojerizas, disconforme con las noticias que trasmitían, su labor se hacía más difícil y arriesgada.
A muchos los hicieron huir, a otros los asesinaron o los encarcelaron, tras el acoso de los servicios de inteligencia o la Policía, convirtiéndose en verdaderos héroes y mártires del periodismo.
A diferencia de los que trabajan en una redacción, que tienen vehículos, equipos, dietas o facilidades de acceso a las fuentes, los corresponsales de pueblos financian su trabajo con dinero propio.
En estos tiempos, con el acceso a tecnologías útiles y oportunidades de amplificar su radio de acción por medio de sitios digitales o redes sociales, su papel sigue siendo tan relevante como siempre.
A estos exponentes del sacerdocio periodístico, sin embargo, nunca se les ha reconocido la dimensión e importancia de su rol.
Todavía son una especie de cenicientas de un ecosistema noticioso que, en gran medida, no se ha esterilizado ni colapsado en las provincias gracias a su trabajo, a su sacrificio, a su perseverancia y a su auténtica vocación periodística.
¡Honor para ellos!