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El voto es por el país

La democracia que tenemos es el fruto directo de la voluntad popular.

El sistema ha funcionado, aunque con sus altas y bajas, gracias a que cada cuatro años los ciudadanos tienen la oportunidad de decidir en quien confiar los destinos del país.

Para que esa voluntad popular se exprese auténticamente, el sistema ha ido depurándose para hacerse confiable, con marcos regulatorios que protejan el sufragio de cualquier manipulación truquera o maliciosa.

Paradójicamente, son los partidos, por lo general, quienes en lugar de reforzar esos mecanismos incurren a menudo en prácticas que pueden contaminar los procesos, alentando la compra de votos y el transfuguismo oportunista.

Con ello, tuercen el verdadero sentido de la voluntad personal y abren las válvulas para que se cuelen, entre los elegidos, individuos sin méritos o calificaciones, o mafiosos y pícaros de cuello blanco.

Si hay desencanto entre los ciudadanos ante estas vulnerabilidades y ante las ofertas de poco valor y compromiso con los intereses de la nación, entonces las vías para la abstención se abren más anchas.

Y en esa tesitura no podemos seguir.

La única manera de cambiar el rumbo es rechazando a los que compran conciencias y repudiando en las urnas a los partidos que las promueven, abierta o solapadamente.

En cada elección se juega el destino nacional y no es admisible que la voluntad popular, libremente expresada, pilar de la democracia, esté sometida a maniqueísmos de ningún género.

Abstenerse, ahora, es dejar libre la cancha a los que pretenden llegar a posiciones del poder del Estado a base de engañifas, papeletas o cualquier forma de extorsión o coerción.

El ciudadano apto para votar debe hacerlo con verdadera conciencia y convicción.

Porque más allá de elegir nuevos cargos cada cuatro años en las instancias municipales, legislativas o del gobierno central, lo que importa es robustecer el sistema electoral y por ende el futuro de nuestra democracia.

De esa voluntad libremente expresada depende la buena gobernabilidad, la estabilidad política y social y la fortaleza de nuestro Estado de derecho.