Una sociedad agrietada

Son muchas las grietas que, poco a poco, han ido resquebrajando las bases morales, sociales y jurídicas de la sociedad dominicana de hoy.

La actual es una sociedad de desarraigos, en la antesala de la fracturación.

Hay un ostensible desarraigo con los valores éticos que antes eran el pan de la enseñanza en hogares y escuelas.

Desarraigo con el sentido de compromiso ciudadano en la defensa de los pilares que sustentan la dominicanidad.

Desarraigo frente al principio del respeto a la ley y a la autoridad que debe de imponerla, un fenómeno que se manifiesta hoy en una burla general a todo lo que signifique normas de coexistencia civilizada.

Desarraigo con los deberes y derechos ciudadanos, que alcanzan su más aciaga expresión en la montaña de feminicidios, homicidios, abusos sexuales y todas las variables del crimen organizado.

Desarraigo con una cultura de diálogo, tolerancia y entendimiento, lo que dificulta llegar a consensos y acciones destinadas a fortalecer la democracia y la participación de los ciudadanos en la vida política, social y económica con espíritu constructivo.

Desarraigo con las luchas que antes, y por mucho tiempo, ayudaron a crear y fortalecer las bases jurídicas para impedir la corrupción y la impunidad, tanto en el ejercicio individual de los ciudadanos como en el que le corresponde al Estado y sus instituciones.

El catálogo de desarraigos es mayor.

Son fáciles de percibir en las expresiones y conductas de ciudadanos y autoridades frente a los valores ya devaluados.

Y la mejor muestra es la especie de desánimo que impide que la sociedad se una en un proyecto para revertir el proceso de agrietamiento.

En lugar de pensar en colectivo, la tendencia apunta hacia el individualismo, a la fuga hacia el extranjero y hacia la adoración de políticos disfrazados de mesías populistas o de idiotas convertidos en supuestos “influencers” o líderes de la sociedad.

Sin dudas, se hace urgente reparar la brújula y elegir un mejor rumbo.