Unidos para no caer al precipicio

Si algo une hoy a los gobiernos de la República Dominicana y Haití es su pedido formal a las Naciones Unidas para que autorice una intervención armada en este último país.

Tanto el presidente Luis Abinader como el primer ministro haitiano, Ariel Henry, han usado el foro de la Asamblea General de ONU para reclamar una urgente acción militar y policial para pacificar Haití.

Sus argumentos también son coincidentes: Haití vive bajo un trágico estado de violencia, inseguridad e ingobernabilidad, que se agrava con la hambruna y el éxodo desesperado de millares de sus ciudadanos.

En el caso dominicano, esa inestabilidad política y social puede convertirse en una amenaza no solo para la seguridad nacional, sino regional.

Con esa inquietante expectativa también coincide el ex presidente Leonel Fernández, quien dijo ayer que el estado de anarquía total y vacío de poder es por igual una amenaza a toda Norteamérica.

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Aunque de telón de fondo esté latente el diferendo sobre el aprovechamiento de las aguas del rio Masacre que ha dado lugar a una severa respuesta dominicana al militarizar y cerrar la frontera, lo imperativo es la intervención y la pacificación.

El impasse con el canal puede resolverse en un arbitraje, pero lo que ambas naciones no pueden permitir es que una se hunda primero por el peso de la guerra, y arrastre a la otra al mismo precipicio.

Esa convicción es la que hace posible esta unanimidad de razones de los gobiernos y la que dará la luz verde para que una tropa multinacional entre en Haití y tome el control de una situación cada vez más volátil e impredecible.

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