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editorial

El balón está en la cancha de la ONU

La crisis de Haití sólo comenzará a resolverse cuando las Naciones Unidas envíen una fuerza militar robusta para pacificarlo.

Por sí solo, el alicaído gobierno de facto no tiene ninguna capacidad para lograr esa pacificación.

Ni siquiera, si se lograse en un tiempo razonablemente apropiado, para encabezar la segunda fase del proceso, que es el restablecimiento institucional que conduciría a elecciones libres.

Y una vez alcanzado ese ideal, la tercera fase requeriría de invertir una suma multimillonaria para reanimar la economía y repavimentar la vía del desarrollo.

Este conjunto de desafíos es lo que, al parecer, espanta a la ONU.

Los haitianos tienen más de un año lanzando gritos de socorro.

Y las Naciones Unidas, o en particular algunos grandes países que mayor influencia ejercen dentro de ella, han sido en extremo cautelosos para no comprometerse en ese plan de rescate.

Mientras la población haitiana es rehén de un estado de violencia, ingobernabilidad, inseguridad, hambre y carencia de servicios elementales, la llamada “solidaridad internacional” ha estado ausente.

Por culpa de esta omisión, en el fondo uno de los mayores actos de inacción, indiferencia y miedo al compromiso frente a la progresiva destrucción de ese país, Haití sucumbe solito en su desgracia.

Con el balón de las soluciones oscilando de un lado a otro de la cancha, la intención subyacente de la comunidad internacional, por lo visto, es dejar que la solución la asuma la República Dominicana.

Ahora que el candado militar y migratorio mantiene la frontera cerrada, probablemente la comunidad internacional se sienta aguijoneada a salir de la modorra e intervenir para pacificar y rescatar a Haití.

Ya el presidente Abinader ha planteado que esa crisis traspasa las capacidades de Haití y que su solución está en manos de la comunidad internacional, hasta ahora irresponsablemente esquiva frente a una de las catástrofes humanitarias más graves de este siglo.