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Las vitrinas de la decadencia

Las calles dominicanas constituyen la vitrina más nítida de la decadencia de los valores de nuestra sociedad.

En ellas se manifiestan, día a día y a un mismo tiempo, todos los quiebres conductuales y emocionales que alteran el andamiaje legal y el conjunto de normas cívicas que pueden ayudar a una mejor convivencia social.

Los taponamientos vehiculares, a toda hora, han elevado los niveles de estrés, ansiedad, agresividad y mal humor, innatos en muchos de los que se mueven en nuestras calles, que explotan con facilidad.

La prisa por llegar o las dificultades que retrasan la fluidez en la circulación de los vehículos impacientan a conductores y pasajeros, generando continuas violaciones a las reglas del tránsito y a la luz roja de los semáforos.

Si alguien entorpece o choca accidentalmente a otro, viene una reyerta.

O una lluvia de insultos y palabras obscenas, de las que no escapan ni siquiera los agentes de la Digesett, a quienes fácilmente se les pegan pescozones o empujones.

Las calles también representan el retablo de otros palpables irrespetos a las normas.

En muchas zonas, sus aceras son usadas como mini mercados, talleres de vehículos, parqueos o terrazas al aire libre de colmadones, donde la gente se alcoholiza y escucha música alta, sin importarles la tranquilidad del vecindario.

En todas las intersecciones, calles, avenidas y barrios, una nube de venduteros u obreros haitianos extrapola al ambiente los cuadros de miseria que son familiares en los tugurios de Puerto Príncipe.

Como si se tratara de dos países fundidos en uno.

Por si fuera poco, y como nunca antes se había visto, ahora las calles también son un espejo real de las desinhibiciones humanas que han aflorado en estos tiempos de aberraciones morales.

El consumo o venta de drogas no se hace a escondidas, el andar semidesnudo tampoco y los atracos se multiplican a la vista de todos, por más videocámaras que existan para intentar disuadirlos.

Al comienzo del día, laborable o no, es fácil observar cómo yacen en las aceras de las zonas más calientes los cuerpos de borrachos o “zombies” ahítos de alcohol o fentanilo.

La 42, por ejemplo.

Este conjunto de trastornos sociales adereza el clima de inseguridad ciudadana, al que se agrega el ruido sin control ni penalidad que provocan automovilistas y motociclistas con sus “mufflers” arreglados, a cualquier hora.

Bajo ese estado de cosas, las calles representan el espacio más ingrato y hostil para los ciudadanos, menos para aquellos maleducados, vagos, malandrines y asaltantes, quienes se regodean haciendo maldades y fechorías, sin que la autoridad pueda con ellos.