REFLEXIONES DEL DIRECTOR
Otra “broma pesada” para romper la monotonía
La vida de la Redacción del Listín, en los convulsos tiempos de los setenta, era trepidante.
Cada vez que se producía un suceso relevante, el jefe de Redacción lo notificaba en voz alta, y apremiaba al primer reportero y fotógrafo que estuviesen disponibles para que salieran a cubrirlo.
Mientras eso ocurría, los demás periodistas pulsaban con increíble rapidez los teclados de sus maquinillas produciendo un concierto de sonidos metálicos que eran familiares a nuestros oídos.
Se permitía fumar, hablar alto, de vez en cuando soltar una mala palabra, explotar con un desahogo o contar un chiste picante, sin reparar que muy cerca estaban la decana de Las Sociales, doña Susana Morillo o su asistente, Emely Tueni.
Pero si de ordinario ese era el ambiente normal, había días en que la vida interna se tornaba monótona.
Y algo teníamos que hacer para provocar emociones y “botar el golpe” ante el marasmo, aunque fuese con bromas pesadas.
Una mañana nos pusimos de acuerdo para inquietar y desconcertar al siempre sobrio y respetable periodista Luis Ovidio Sigarán, responsable de la fuente del Palacio Nacional y corresponsal de la agencia internacional de noticias Reuters.
Esperamos que entrara y de inmediato todos los que saludábamos a Sigarán les hacíamos notar, con preocupación, que algo raro había en su semblante.
Y le hicimos preguntas de este tipo:
-Te noto pálido. ¿Estás enfermo?
- ¿Te pasó algo en la piel, que la veo muy amarillenta? Y así por el estilo.
Sigarán respondía que se sentía muy bien de ánimo y de salud y que no tenía síntomas de nada.
Cuando salió a cubrir las noticias del Palacio Nacional, no podía ocultar el efecto anímico que le habían provocado tantas y coincidentes “percepciones” sobre su salud.
Sin decirlo nunca a sus compañeros, supimos luego que el atormentado Sigarán, en lugar del Palacio, fue a consultar a un médico para descartar o confirmar que tuviera algún padecimiento grave.
En verdad, nada grave tenía. Lo grave fue la broma pesada que le jugamos, a partir de lo cual le produjimos un estado de enojo e inconformidad que, por suerte, duró poco tiempo.