editorial

La nación se queda para después

Los objetivos políticos priman ahora por encima de los de la nación.

Por una simple razón: las fuerzas vivas del país están inmersas en la lucha por el poder, al amparo de la campaña electoral.

Si hubiese el apremio de buscar un consenso o unidad entre ellas sería más difícil lograrlo bajo el estado de guerra electoral.

En un contexto así, las energías de los partidos y de sus grupos de apoyo financiero se focalizan en el posicionamiento duro, mas no en la solución de problemas de fondo de la sociedad y del país.

Al país le espera, por tanto, un largo período en el que las prioridades u objetivos nacionales pasan a segundo plano, porque no hay ejes catalizadores para articular consensos entre las fuerzas en disputa.

Ahora mismo late una peligrosa amenaza a la soberanía nacional, en la medida en que las influencias de la comunidad internacional tratan de imponerle al país una agenda de acción frente a Haití.

Una agenda distinta, de seguro, a la que originalmente concibió el presidente Luis Abinader cuando anunció en febrero un “Pacto para la Defensa y Protección de la Seguridad Nacional”.

A tono con el espíritu de esa estrategia, se creó una mesa de trabajo de seguimiento a la situación de Haití con partidos políticos y organizaciones de la sociedad civil.

Es poco probable que, en el efervescente combate electoral por el poder, en el que están enfrascados los partidos, pueda promoverse un alineamiento entre gobierno y oposición para cohesionar a la sociedad en la defensa de la soberanía y la seguridad nacional y ciudadana, en particular.

La prioridad nacional, en definitiva, queda para después.