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Los “cirujanos” de las noticias

Eran una especie de “custodios de la fe” en las redacciones de la era pre-digital.

Su trabajo consistía en leer, corregir, modificar o ampliar los textos noticiosos que redactaban los periodistas.

La finalidad no era solo cuidar, básicamente, las reglas gramaticales y la buena sintaxis en las oraciones, sino asegurar que las historias se ajustaran a la mejor narrativa literaria periodística.

Depuraban los contenidos con meticuloso esmero para evitar imprecisiones, sesgos de enfoque, de interpretación o falta de datos imprescindibles, una ayuda valiosa para los redactores descuidados, rapiditos o para los que escribían con faltas ortográficas.

Por la forma de trabajar, se me asemejaban a unos “cirujanos” de las noticias.

Usaban sus plumas como si se tratara del escalpelo quirúrgico y hasta que no auscultaran los textos, las cuartillas no tenían luz verde para pasar al departamento de composición y, de allí, a otro equipo que se encargaba de detectar gazapos.

Estoy hablando de los correctores de estilo, aquellas figuras decisivas de una Redacción, cuya responsabilidad era la de garantizar la calidad, precisión y correcta narrativa de las noticias.

Cuando me inicié en el Listín Diario en 1968, eran tres los correctores de estilo que asistían al subdirector y al jefe de Redacción, todos en una mesa de herradura: Agustín Concepción, Virgilio Alcántara y Miguel Guerrero.

Diez años más tarde, yo mismo pasé a formar parte de la mesa de los corretores de estilo junto a Guillermo Perallón, Augusto Obando y Pedro Caro.

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Los "Cirujanos" de las noticias


Al igual que en las demás redacciones de la época, los que ostentaban esta categoría eran individuos de gran experiencia en el diarismo, escritores, historiadores o profesionales con indiscutible bagaje intelectual y amplia cultura general.

Sus herramientas de trabajo, aparte del talento y la buena memoria, eran un bolígrafo, una maquinilla y un diccionario o la edición más actualizada del Almanaque Mundial, una especie de lo que es hoy Wikipedia.

Tenían toda la autoridad para quitar y poner en los textos crudos que les entregaban los periodistas, y convertirlos en impecables noticias, con todos sus elementos primordiales.

Podían interpelar a los autores de las notas sobre sus fuentes, la exactitud de sus datos, y ordenarles una recomposición de los textos, en el caso de que no tuvieran tiempo para hacerlo con el volumen de trabajo que tenían.

Eran unos verdaderos guardianes de la verdad y de la calidad periodística, auténticos filtros que garantizaban, al día siguiente, la mejor apuesta de contenidos de nuestros diarios.

La figura del corrector de estilo, con las características y capacidades que tenían los del periodismo de aquellos tiempos, prácticamente no existe ya en las redacciones modernas, ahora más digitales.

Es una pena. Admito que es una de nuestras graves falencias.

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