REFLEXIONES DEL DIRECTOR
Y así terminó esta historia
Después de pasar un buen tiempo de castigo en la Redacción, por culpa de mis primeros fracasos al redactar noticias que fueron desmentidas, volví al reporterismo de la calle más esquivo que una guinea.
Esa fase discurrió, por suerte, sin tantos tropiezos como los iniciales. Sentía que me estaba reivindicando y que podría seguir remando en las turbulentas aguas del periodismo.
Años después del fiasco inaugural que marcó el inicio de mi carrera a finales de 1968, al publicar una noticia plagada de inexactitudes sobre una charla del doctor Benjamín Viel en torno a los anticonceptivos, el destino me puso de nuevo frente al protagonista.
El doctor Viel había vuelto al país a promover sus políticas de planificación familiar, yo estaba más maduro y experimentado y por eso me eligieron para cubrir una conferencia que daría a la prensa.
Con una combinación de pocos deseos y desinterés por encontrarme de nuevo con él, pedí al jefe de Redacción que me dispensara de ir y que mandara a otro reportero.
Pero de nada valió. Tuve que acatar la orden.
Aunque estaba convencido de que en 1968 el doctor Viel no había visto mi cara, sino la nota publicada bajo mi firma y que desencadenó su justificada aclaración, presentí que podía ser reconocido.
Cuando llegué al salón de conferencia, el doctor Viel me saludó con mucha decencia y cortesía, como lo hizo con los demás colegas.
En mi caso, no se imaginaba a quién le estaba dando tan cordial bienvenida.
Ya en el calor de la rueda de prensa, fui el periodista que más preguntas incisivas le hizo sobre los temas de su dominio. El doctor Viel se mostraba muy entusiasmado con el careo y me daba las respuestas que buscaba.
Me sentía en mis aguas y, sobre todo confiado en que no volvería a desilusionarlo con otro estropicio de sus declaraciones, como lo hice en mi infortunado debut, porque andaba provisto de una grabadora.
Tanto interés despertó en el doctor Viel la batería de preguntas que le formulé que, al final, cuando terminó la rueda de prensa, me llamó aparte y me dijo que tenía algo para mí…
Dio unos pasos hacia una meseta en la que estaba su maletín y extrajo un ejemplar de su última obra sobre la explosión demográfica en el mundo.
Me dijo:
- Joven, he quedado muy impresionado por la forma en que usted me ha cuestionado y por sus interesantes preguntas. En señal de gratitud y de amistad, le quiero regalar mi última obra en la que, de seguro, encontrará más respuestas para satisfacer sus inquietudes. Deme su nombre, por favor, para dedicárselo.
Me quedé frío. En un segundo decidí que, si le daba mi nombre, recordaría aquel enojoso episodio del 1968. Y para evitar que eso ocurriera, opté por darle mi segundo nombre (Antonio) y mi segundo apellido (Bucarelly).
Y así Antonio Bucarelly y el doctor Benjamín Viel Vicuña, cerraron un capítulo amargo de sus vidas, con un libro que atesoro en mi biblioteca con los halagos de un reconocimiento que jamás habría recibido el novato Miguel Franjul en 1968.