editorial
La cara oculta de nuestras “bonanzas”
Los altos índices de insalubridad, desnutrición, muertes neonatales y de parturientas, constituyen la cara fea y horrible del estado de pobreza que aún nuestras bonanzas económicas no logran subsanar.
La pobreza se suele describir como un estado general de precariedades de un individuo o grupo de personas, pero siempre se mide desde una perspectiva económica, no desde lo social.
Bajo ese estado se incuban las desprotecciones a la salud, las que se derivan de la falta de una buena alimentación y un adecuado y oportuno tratamiento de las enfermedades y acceso a las medicinas.
Muchas de estas enfermedades, prevenibles en buen grado, azotan a millares de dominicanos en forma de contagios o muertes cuando se disemina el cólera, el dengue, la tuberculosis y otras afecciones respiratorias.
Tras la pandemia del Covid, los trastornos mentales causados por una combinación de desesperanzas ante el futuro, desempleo y estrés, han disparado los registros de afectados por ansiedades, los suicidios y el afán de emigrar hacia mejores sitios.
A pesar de los sobresalientes resultados del crecimiento económico, todavía el país aparece en los rankings de las distintas expresiones de la pobreza y de la prevalencia de enfermedades, desdorando el panorama de la falsa bonanza.
El liderazgo político y empresarial debe tener muy presente hacia dónde apuntan las asignaciones presupuestarias de cada año, para determinar así en qué medida estamos haciendo una apuesta por el bienestar humano y social.
Porque, hasta donde ha sido la tradición, las mayores cargas presupuestarias han servido solo para mantener una burocracia ineficiente, pagar los intereses o capitales de la deuda externa o para actividades no reproductivas.
Encima de este esquema deficiente, la corrupción administrativa sustrae millonadas que debieron nutrir y fortalecer los programas de atención a la salud, creación de empleos y mejor educación.
Bajo un cuadro tan patético como este, la gobernabilidad siempre será difícil.