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Una cumbre para un mundo distinto

Tras una devastadora pandemia que desarticuló por dos años sus economías y sistemas de salud, los países que forman la Cumbre Iberoamericana encaran ahora otra agenda cargada de serios desafíos.

Es la transición más delicada y retadora entre el colapso y la recuperación, porque un nuevo mundo ha emergido a los pies de la catástrofe, cambiando el modelo del poder mundial, con todas sus consecuencias.

De hecho, con el estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania, se ha producido un nuevo alineamiento entre las propias naciones que forman la Cumbre Iberoamericana, con enfoques y respuestas distintas al desafío de la inflación, la sostenibilidad de la democracia y la seguridad regional.

Si su gran éxito ha sido mantener esa unidad en la diversidad de sus intereses y prioridades, ahora lo crucial será lograr que no abandonen la apuesta.

Porque, con la nueva realidad, han emergido esquemas internacionales que van dando forma a la multipolaridad en la defensa de sus intereses económicos y políticos, lo que antes de la pandemia parecía un mundo inmutable.

El comercio internacional, el intercambio de tecnologías, la cooperación en términos de seguridad y en proyectos bilaterales o multilaterales, se moverán sin dudas al compás de los dictados de ese orden que ya no gira sobre dos ejes.

La Cumbre tiene por delante un horizonte marcado por las secuelas de daños del cambio climático, los movimientos migratorios a escala planetaria y críticos déficits en la producción de alimentos.

Su gran desafío es el de asumir un compromiso conjunto para no abandonar los objetivos comunes que, por más de dos décadas, consolidaron e hicieron fructificar una sólida alianza entre las naciones iberoamericanas, unidas por el cordón umbilical de su cultura y de su historia.

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