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REFLEXIONES DEL DIRECTOR

Por desafiar al gobierno

En los tiempos de la “Guerra Fría” entre las potencias que polarizaban el mundo, a los dominicanos se les tenía vedado viajar a la entonces Unión Soviética, China, Cuba y cualquier otro país de la llamada órbita comunista.

En los pasaportes había una leyenda que expresamente prohibía los viajes a “los países situados detrás de la Cortina de Hierro”, una absurda disposición que, para mí, no tenía ningún sustento legal ni constitucional.

En 1972 se me ocurrió no hacerle caso a esa orden y acudí con dos cartas, de igual texto, donde el canciller y el secretario de la Presidencia, a comunicarles que viajaría a Moscú a un congreso sindical, como delegado representante del Sindicato Autónomo de Trabajadores del Listín Diario, afiliado a la Confederación Autónoma de Sindicatos Cristianos (CASC).

Ambos funcionarios me dijeron francamente que no podía salir y que si lo hacía me atuviera a las “consecuencias”. Les respondí que, fuese lo que fuese, no estaba en disposición de acatar esa prohibición. Y que me iría, pese a ella.

Y así fue. Viajé por una larga ruta de escalas aéreas hasta Moscú para asistir al vigésimo congreso del Consejo Central de los Sindicatos Soviéticos. A los pocos días vino el bombazo.

El gobierno dispuso impedimento de entrada al país para mí.

De golpe y porrazo pasé a ser un exiliado, sin saber para dónde ir después que finalizara mi visita a Moscú.

Me invadía el desasosiego y la incertidumbre, porque me alejaban de mi esposa, mi hija de un año de edad, mi familia, mi empleo como redactor del Listín y del suelo patrio.

Dos meses después, fruto de las presiones del Sindicato Nacional de Periodistas Profesionales, la CASC y sindicatos extranjeros, así como de gestiones de mi familia, el presidente Balaguer aceptó levantar el impedimento.

A la semana de regresar al país me topé de frente con el presidente Balaguer en el acto de inauguración de la sede de la Asociación Dominicana de Radiodifusores (ADORA) y dos colegas que me acompañaban lo saludaron diciéndole:

“Presidente, mire aquí a Franjul, el que se fue a la Unión Soviética”.

Lo único que se me ocurrió fue agradecerle la reconsideración de la medida. Y a seguidas, este corto diálogo:

-A la verdad que usted fue muy osado, porque transgredió una prohibición oficial a sabiendas de lo que hacía…

-Sí, Presidente, pero es que nunca le he visto el sentido, y me disculpa…

-Procedí así, conforme a la norma, porque si no lo hacía con usted, tampoco tendría ni moral ni autoridad para aplicársela a otros que intentaran o hicieran lo mismo.

Después de todo, comprendí que ambos, Balaguer y yo, tuvimos la razón.

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