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La pandemia del espionaje

La sustracción de datos, la suplantación de la identidad y la intromisión de jaqueadores en el ciberespacio del internet ha adquirido rango de pandemia, perforando los marcos de privacidad de los ciudadanos en todo el mundo.

Tipificados como ciberdelitos, estas nocivas intromisiones en la vida privada de personas y en los archivos de empresas e instituciones están provocando daños incalculables y alarmantes.

Uno de los medios favoritos para sustraer activos de información personal y confidencial es el llamado teléfono inteligente, una herramienta en uso por más de 5,000 millones de usuarios en el planeta. Los ordenadores electrónicos y otros dispositivos que facilitan la interconexión de las personas son vulnerados por algoritmos y por incursiones mañosas de expertos que rastrean redes digitales para robar contraseñas, identidades y bases de datos.

De esos actos maliciosos no escapan los periodistas o las personas que ejercen algún grado de influencia en la opinión pública o de quienes manejan información sensitiva en servicios de inteligencia y de defensa.

Los periodistas, en especial, han sido víctimas de intromisiones que vulneran el secreto profesional de sus fuentes y la inviolabilidad de sus comunicaciones. Este espionaje sistemático, que socava derechos y libertades fundamentales, se ha dado en nuestro país y en otros en los que la libertad de prensa constituye un bastión de la democracia, con intención de inhibir su ejercicio profesional.

De ahí que sea indispensable blindar esta libertad y estos derechos en una legislación moderna sobre libertad de expresión para penalizar ejemplarmente el oficio de espiar periodistas y de violentar los espacios de privacidad personal, con fuertes sanciones a quienes pagan y promueven estas perversidades.

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