La amenaza es real
En la medida en que la crisis alimentaria aflige a millones de haitianos y las bandas de civiles armados afianzan sus dominios en distintos territorios de ese país, la amenaza de una extensión de esa crisis a la República Dominicana se cierne como una daga sobre nuestra seguridad nacional.
Los mismos economistas haitianos hablan ya de una inminente implosión de la crisis, es decir, de una ruptura más profunda del orden social que puede hacer sucumbir el frágil y vulnerable control policial en el que se sostiene el gobierno.
Pero mientras vemos la proximidad de ese derrumbe, la migración ilegal de haitianos sigue quebrando los controles fronterizos a cargo de militares y, coincidencialmente, se ha producido en República Dominicana un inesperado incremento de la delincuencia, con asaltos espectaculares en los que se han visto armas de fuego muy modernas y caras.
El arsenal que aparece en poder de las bandas haitianas, incompatible o inaccesible para desarrapados pandilleros, es el que les ha dado una superioridad frente a las tropas del gobierno, y la razón por la cual la industria de los secuestros está floreciente y rentable allí.
Incluso, veteranos diplomáticos haitianos han admitido que existen vínculos y hasta un rol protagónico de dominicanos en esos clanes criminales, lo que podría ser un factor objetivo para su infiltración y operación en nuestro país, en busca de ganar un mayor campo de profundidad para sus fechorías.
Ahora que el gobierno dominicano ha decidido añadir a las tropas policiales de Santiago a soldados del equipo de Ciudad Tranquila (CIUTRAN) con el objeto de aplacar la delincuencia, creemos que esta medida debe extenderse a todos los demás lugares en que los vándalos hacen de las suyas.
Pero más que nada, apretar los controles fronterizos y ampliar las redadas para la repatriación de ilegales, porque no está lejos el día en que tales blindajes puedan también ser desafiados y debilitados por la extrapolación del fenómeno haitiano a nuestro propio suelo.