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Los dos extremos de una barbaridad

Llevar a un preso a un restauran­te y encerrar a una persona duran­te 12 años sin juicio son dos patéti­cos ejemplos de las barbaridades que manchan el sistema carcelario domi­nicano.

Ambos episodios nos dan una idea del nivel de atrocidades que predominan, en muchos casos impúnemente, en las cárceles del país.

Insólito que los custodios de un condenado a diez años de prisión lo lleven a comer a la car­ta en un restaurante, en franco relajamiento de la orden de un juez que otorgó un permiso para que fuera a resolver un asunto de pensiones.

Del mismo modo ha causado indignación y sorpresa que a un pobre albañil lo hayan encar­celado y mantenido por doce años en prisión, sin expediente, sin acusación y sin juicio, sin que ese desatino tuviese consecuencias en los res­ponsables.

No son nuevas, sin embargo, las denuncias de contubernios para sacar subrepticiamente de sus celdas a los condenados para permitirles vi­sitar domicilios propios o de amantes, restau­rantes, pedir bebidas, comidas u otras “cosas” mediante deliverys.

O para asuntos más siniestros, salir a robar o matar, como puros sicarios.

Vemos muy bien que el ministerio público ha­ya decidido abrir un expediente único para ca­da preso, en función de un censo que actualice la realidad de los encarcelados, entre los cuales hay miles en condición de preventivos, sin ser llevados a juicio durante meses y años.

Es menester invertir más recursos en la mo­dernización y humanización del sistema, porque de lo contrario prevalecerán anomalías que no solo resultan costosas y lastimosas para las fami­lias de los imputados sino demasiado gravosas para el imperio de una justicia funcional y efi­ciente.

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