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EDITORIAL

¿En qué fallamos?

Nos llegamos a creer que la pandemia había sido aplanada y mandamos a la porra las incómodas restricciones y reglas de la prevención.

Desde abril, cuando terminó la Semana Santa, la desescalada había sido tan notoria que muchos pensaron que con la vacunación abierta se esfumaba el peligro latente de los meses anteriores.

Para esos días, las autoridades habían remitido a los Estados Unidos, sin hacerlo de público conocimiento, las pruebas de contagios con al menos 24 nuevas variantes del coronavirus.

En eso comenzó a circular velozmente por el mundo una cepa más contagiosa y letal: la Delta o India que, al día de hoy, amenaza con causar más estragos que las anteriores del SARS-CoV-2.

En ese lapso, de abril hasta ayer, registramos 463 muertes (más las que no se han comunicado a tiempo) y pasamos de 37,108 casos de contagiados activos a 55,023.

Evidentemente que algo anda mal.

Porque si en esos tres meses hemos llevado a cabo uno de los mayores procesos de vacunación de América Latina, ¿cómo se explica esta meseta tan alta de muertes y contagios, de más gentes con ventilación asistida y centenares copando la mayoría de las camas Covid?

La respuesta lógica sería: porque las nuevas variantes están imbatibles, porque están resistiendo la doble vacunación, porque nos olvidamos de usar mascarillas y mantener los distanciamientos y porque se han relajado los controles y restricciones, especialmente el toque de queda.

Forzosamente, necesariamente, tendremos que recurrir a una tercera y probablemente una cuarta dosis, para atajar el avance de las nuevas variantes. En eso no podemos perder tiempo.

Y también tenemos que volver a las restricciones, a la obligatoriedad de las mascarillas y a tenerle miedo de verdad a este virus. De lo contrario, estaremos lejos de ganar la batalla.

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