Una huelga insensata
Los profesores de la universidad de los pobres se están planteando ahora dejar a sus estudiantes sin clases virtuales desde el lunes.
Prima en su decisión, insensata por demás, el interés de forzar un aumento de sus salarios del 40 por ciento, financiamiento de la virtualidad y de los dispositivos electrónicos que se emplean en esta nueva plataforma de docencia.
Pese a que son, dentro del magisterio universitario los beneficiarios de las mayores conquistas salariales y sociales del sistema, no parecen mostrar espíritu de responsabilidad social ni de sacrificios en el contexto de la crisis que ha obligado a trabajar a distancia.
Este es un momento en que los sacrificios y la solidaridad se imponen para minimizar todas las pérdidas y traumas que, en el orden económico y humano, ha causado la pandemia.
Los médicos, los militares y los maestros de la educación básica han sido más consecuentes que los profesores de la universidad de los pobres, porque han arriesgado sus vidas en la primera línea de combate del coronavirus, pese a sus limitaciones de ingresos, algo que también afecta a muchos trabajadores, profesionales y empleados de toda índole.
Muchos de los profesores de básica han tenido que sacar de sus bolsillos para cumplir sus obligaciones frente a los estudiantes en la virtualidad, sin reclamar o paralizar sus servicios en medio de estas difíciles situaciones.
El gobierno ha sido el primero en ir en auxilio de la universidad de los pobres con una asignación millonaria y ha asumido el pago de inscripciones y facilitado a los alumnos un privilegio que no ha concedido a las demás instituciones educativas de ese nivel.
Y aun así los profesores de la universidad de los pobres, insensibles frente a la crucial necesidad que tienen sus alumnos de aprender, prefieren paralizar la docencia a la fuerza, pese a que desempeñan sus labores desde la comodidad de sus hogares, economizándose muchos de los gastos ordinarios en que incurrían en los tiempos de la “normalidad”.