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Cómo nadar sin ahogarse en el océano digital

Más de la mi­tad de la po­blación mun­dial dispone hoy de teléfo­nos inteligentes o dispositi­vos electrónicos conectados a internet, lo que nos da una idea de la anchura y profun­didad del océano digital en que vivimos.

Resulta obvio, entonces, que la comunicación y la in­teracción personal se ha tor­nado predominantemente “online”, creando un inmen­so campo de oportunida­des y de innovaciones al pe­riodismo y la edición digital más que al diarismo impre­so.

Por eso resulta más empi­nada ahora la cuesta que de­be subir la prensa escrita pa­ra competir con un modelo de comunicación más subor­dinado a las nuevas tecnolo­gías, que acercan al usuario a las noticias no solo para conocerlas, sino para vivirlas y, en alguna medida, para ser parte de ellas.

Esto lo comprobamos a diario en todas las platafor­mas.

Un voluminoso caudal de audiovisuales y de atractivos recursos gráficos imprimen a las noticias nuevas formas de transmisión y de interpre­tacion, muy distintas a las tradicionales de los medios escritos, que parecen monó­tonas o insaboras al apetito de los usuarios de dispositi­vos electrónicos.

Pero como he sostenido en anteriores Reflexiones, más que debilidades hay fortalezas incolumes e in­superables en la prensa es­crita. Porque esta encarna la fuente de más credibilidad, confianza, calidad y profun­didad del periodismo, hasta que con el paso del tiempo la esfera digital pueda acopiar y hacer suyos estos valores, lo que nunca podríamos des­cartar.

No obstante, nadie pue­de dormirse en sus laure­les y vivir de los legados. La prensa escrita debe des­cubrir cómo puede rein­ventarse y cómo nadar sin ahogarse en este océano di­gital, agitado siempre por las olas de las innovaciones incesantes.

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