Amigos, pero no cómplices

Esta expresión la utilizó ayer el presi­dente Luis Abinader en un almuer­zo privado con directores de me­dios para remarcar su voluntad de no permitir actos de corrupción en el gobierno.

Amigos, familiares o cófrades políticos han sido, en muchas épocas y lugares, culpables de escán­dalos, abusos de confianza y otras indelicadezas que han arruinado la carrera o la reputación de presidentes o líderes.

Por eso Richard Nixon, finado presidente de los Estados Unidos, forzado a renunciar del cargo cuando se descubrió una burda trama de espionaje montada por sus asesores contra el Partido Demócrata, decía que una política sana era la de no designar amigos o parientes en el gabinete.

De esa forma se sentía más libre y menos ata­do, por una razón sentimental de amistad o familiaridad, en la toma de decisiones.

Esa es una buena clave para espantar a los que potencialmente pueden resultar azarosos y lle­var al gobierno al estropicio total.

Que el presidente Abinader haya dirigido este mensaje a sus propios colaboradores es una buena señal de que está empeñado en sanear el ejercicio de la función pública de un lastre que parece impe­recedero: la corrupción administrativa.

El Presidente sintoniza, así, con los anhelos de una sociedad que repudia el descarado e impu­ne robo de los recursos del Estado y que ha con­fiado en él la misión de hacer la profilaxis, con cero tolerancia y un más estricto y transparente manejo de esos dineros.

Su compromiso es, en este sentido, muy grande.

El espejo de otras desgracias políticas por esa causa debería ser el mejor disuasivo para no permitir que la corrupción, que tiene muchas caras, se enraice y se disemine en el cuerpo del Estado y, en su caso, termine devorando una ca­rrera política que luce promisoria.

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