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Entre la espada y la pared

No tiene todavía dos meses de ejercicio y las nuevas autoridades han debido des­cubrir ya que el pueblo al que gobier­nan es más exigente, más reclamante y más crítico y rápido para denunciar sus errores u omisiones.

Una de sus mayores expectativas es la de la toleran­cia cero contra actos ilícitos o tráficos de influencias perpetrados en el manejo de los recursos del Estado, tanto si se trata del pasado reciente o del presente.

Como la lucha contra la corrupción y la instauración de un régimen de transparencia fue la bandera victo­riosa de la campaña del cambio que llevó a la presi­dencia a Luis Abinader, los reclamos más intensos de la población apuntan hacia esas dos promesas.

A diferencia de gobiernos anteriores, el actual no ha tenido la clásica indulgencia de la tregua política de los primeros cien días.

Por lo contrario, luce que está entre la espa­da y la pared, es decir, entre la presión popular para que apresure los procesos judiciales contra los funcionarios que han sido señalados como culpables de corrupción administrativa, y el te­lón de fondo de la mayor crisis económica de las últimas décadas, causadas por la pandemia del Coronavirus.

Es una situación difícil, porque el Gobierno tie­ne que hacer de tripas corazón, como dice la gen­te, para restablecer el ritmo de la economía, para minimizar la espiral del desempleo, para asistir socialmente a los damnificados de esta crisis y pa­ra controlar la pandemia.

Al encontrar un país quebrado, como dijo el Presidente, y en medio de un proceso de articula­ción del funcionariado público y de ajuste presu­puestario, su capacidad de respuesta a todas estas demandas es forzosamente limitada.

El pueblo expectante y reclamante tiene que to­mar en cuenta estas realidades antes de exigirle al gobierno que resuelva en pocos días un conjunto de dificultades heredadas o creadas por la pande­mia del Covid que requerirán un umbral de tiem­po mayor al de los cien días.

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