EDITORIAL

Peor que el coronavirus

El populismo prostituido, que se alimenta de actitudes politiqueras falsas para invocar la defensa de causas populares, es una pandemia peor que el coronavirus.

Es una plaga que mata las ilusiones de los que aspiran a la mejoría de sus condiciones de vida, al tiempo que corroe y enferma la nobleza y pureza de la política. Para nuestra desgracia, todavía no existe una vacuna que lo neutralice. Los agentes oportunistas del populismo buscan erigirse en redentores sociales para ganar dinero, sucio o limpio. Y bajo ese disfraz embaucan a los que se ilusionan con sus promesas.

El Congreso es una de sus plataformas favoritas desde la cual hacen negocios en base a la promoción de leyes supuestamente favorables a las necesidades del pueblo que, luego de crear el inevitable conflicto de intereses, terminan resolviéndose mediante un infame trueque del toma y daca. Los partidos también se han convertido en una cantera de estos especímenes. Sus engañosas prácticas no responden a una ideología auténtica sobre la igualdad y la paridad de todos frente al derecho del pueblo a disfrutar de mejores oportunidades de vida individual y colectiva. La cura de esta pandemia está muy lejos. Se necesitarían dos cosas: educar a la gente para que descubra y rechace a los falsos redentores y fumigar el sistema partidario para eliminar definitivamente sus prácticas y recuperar el sentido de la seriedad, la moral, la honradez y la decencia que deben predominar en el ejercicio de la política. Solo así aplanaríamos su curva.

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