No es a una guerra que vamos
Si bien las elecciones del domingo representan un desafío a la capacidad de los partidos políticos para retener o ganar los gobiernos municipales, esa contienda no debería asumirse como una guerra a muerte entre los competidores.
Los anuncios hechos por algunos partidos de que desplegarán grupos para “defender el voto” en las urnas parecen ser el resultado de los temores de que, como en anteriores casos, aparezcan quienes pretendan sobornar electores o incidentar el proceso.
Estos tempranos planes de zafarrancho obligaron a las Fuerzas Armadas a disponer la movilización de 64,000 uniformados, 22,000 más que en las elecciones anteriores, para garantizar el orden y la tranquilidad el día de los comicios.
Ya se han producido, sin embargo, algunos desórdenes durante caravanas o actos proselitistas en municipios del Gran Santo Domingo y otras provincias, reflejo de la pasión que contagia a los seguidores de los candidatos o de la animosidad con que se enfrentan antiguos compañeros.
Como se trata de unos comicios muy visibilizados y disputados por la cantidad de aspirantes a alcaldes y regidores y por el dinero invertido y apostado para ganar, la lucha ha sido intensa, matizada por ataques y burlas y por una abierta distribución de recursos públicos y de amenazas veladas o tácitas a los que no voten por candidatos específicos.
Nadie quiere perder. Nadie piensa perder.
Previendo que la confrontación pueda salirse de los marcos razonables del orden y el respeto a la voluntad popular, el presidente de la Junta Central Electoral (JCE) hizo ayer un llamado a los partidos y sus militantes para que no incurran en coacciones del voto.
En realidad no es a una guerra que vamos. Pero para que las condiciones de normalidad y seguridad en el voto prevalezcan y no den lugar a desafueros, disgustos o trampas, la JCE debe ejercer toda su autoridad para prevenir o, en todo caso castigar, la comisión de delitos electorales.
La paz social y la fortaleza del sistema democrático no pueden ser alteradas por bandas de facciosos que se inmiscuyan en los espacios de votación pero tampoco por maniobras o artimañas que, a base de presiones, dinero o amenazas, desnaturalicen la esencia de la voluntad popular, materia prima vital del régimen de libertad y pluralidad en que todos queremos vivir.