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La paz, ante todo

Es sano, en una democracia, que el pueblo pueda manifestar sus querellas y aspiraciones sin restricciones, a fin de que los gobiernos sean más sensibles a sus legítimos reclamos. Si ese ejercicio realimenta y consolida la democracia, cada dominicano debe hacer conciencia de lo importante que es preservar ese canal de expresión, ese camino de la acción, sin contaminarlo con despropósitos o fines brumosos. En un tiempo como éste, matizado por los malos presagios que acompañan a la crisis económica mundial, es natural que los más castigados por las apreturas levanten su voz para no sucumbir ante las dificultades. Y por eso vemos, a lo largo y ancho del planeta, cómo la gente protesta, se manifiesta y exige. Es el reflejo de la gran catarsis social de este tiempo. Ahora bien, es preciso distinguir entre el legítimo derecho del pueblo a reclamar mejores atenciones y soluciones a sus problemas y la aviesa intención con la que ciertos grupos de oportunistas (los primeros que repelen someterse al rigor de un régimen de libertad y democracia) pretenden sacar provecho a estas delicadas coyunturas. En una sociedad atrapada por tantas amenazas, en un momento en que se combate con seriedad y determinación a los narcotraficantes, no se descarta que emerjan fuerzas que aprovechen las frustraciones e inconformidades de la gente para introducir el veneno de la desestabilización social, procurando matar la paz bajo el disfraz de la solidaridad popular. No hay necesidad de destruir, ni de bloquear, ni de dañar nada para formular un reclamo que tenga fundamento y razón. No hay necesidad de apelar a la violencia, ni a la interrupción de los servicios para conseguir resultados. La paz, ante todo, debe ser preservada. Esa sería la mayor ganancia de la sociedad en estos tiempos tormentosos.

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