Cómo me convertí en redactor
En los últimos tiempos he estado reflexionando sobre el tema de la vocación. Para mí, es el lugar donde nos sentimos a gusto. Al escribir me parece que el tiempo pierde sustancialidad y se desvanece en cada letra. Confieso que cuando estudié la carrera de Comunicación Social en la Universidad de La Habana, lo hice con la incertidumbre de no saber en qué área de profesional deseaba desenvolverme. De niño soñaba con ser comentarista deportivo. Mis padres, al ganar una competencia de ajedrez me regalaron un radio despertador y me acostaba escuchando las narraciones de pelota en la Serie Nacional.
De adolescente incursioné en la música dentro de un grupo de reguetón católico cienfueguero llamado Misioneros del Amor. Éramos populares en las actividades de las Religiosas de María Inmaculada(RMI). Llegamos a grabar algunas canciones en CD que lamento haber extraviado. Más que músicos, amigos. De esa etapa recuerdo con agrado el haber podido escribir algunas de las canciones que se hicieron himnos en nuestros fans. Siempre me ha gustado crear y vincular ese don a Dios.
Al terminar de estudiar tuve la oportunidad de ser el primer comunicador profesional de Cáritas Cuba. Ahí conocí a personas valiosas y constaté que la Comunicación Institucional, era un mar profundo donde se me hacía difícil navegar. También pude dar clases de varias asignaturas en escuelas secundarias. Ese aspecto de maestro lo agradezco con profundidad pues, me constató que me gusta enseñar. Una de las labores profesionales que me forjó fue, mi puesto como secretario de la Pastoral Juvenil Ignaciana en Cuba.
En una ocasión, un jesuita español que figuraba como mi supervisor en la Pastoral Juvenil Ignaciana me comentó, le parecía me podría ir mejor en la redacción de Vida Cristiana. Un boletín impreso que -coincidiendo con el P. Román Espadas s.j.-, siempre consideré una obra extraordinaria de los jesuitas en la Isla. Al principio dudé, pues la labor que realizaba me gustaba y me permitía realizar otros emprendimientos como el paquete. Una especie de internet clandestino en mi país.
Decidí arriesgarme y acerté. Tuve la oportunidad de coincidir por ocho años con un equipo grandioso. Nunca olvido mis primeros artículos y una conversación con el Eduardo Tamayo s.j. diciéndome: “Julio, si te quieres dedicar a la redacción debes leer mucho más”. Siempre me gustó la lectura, pero mi deseo de convertirme en redactor la convirtió en mi pasión número uno. Ahora cuando doy clases de redacción en la universidad y algún alumno me pregunta qué debo hacer para redactar bien, sin pensarlo mucho le digo: “lee, lee, y a escribir se aprende escribiendo”.
Me convertí en un cazador de artículos. Cada vez que nos fallaba un redactor y el padre Yayo preguntaba ¿quién podría sustituirlo? alzaba la mano. Mi espacio preferido era el corto, máximo 350 palabras. El gran reto era cómo “decir sin decir”, mirar la realidad y describirla sin perder el optimismo. Encontré mi vocación redactando, trabajando como si todo dependiera de mí y confiando en Dios. Soñando con la palabra como una posibilidad infinita de transformar el universo.