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James Joyce, exégeta apasionado de la narrativa

Para entender la obra de J. Joyce en toda su magnitud hay que partir de sus meditaciones atentas, plenas de historia. Joyce es un autor imprescindible que contribuyó a penetrar de luz los oscuros absurdos de la memoria. Dueño de una voluntad infatigable que dio motivo a que su obra literaria fuera en su tiempo irrebatible. La suma de sus conocimientos permite abundar en su afán profesional.

Los enigmas en la obra de James Joyce exploran las relaciones entre los hombres y la ciencia, y en ese terreno, el apego a la individualidad significa una libertad que excluye todos los prejuicios. Su valioso discurso estético y social encandila al lector. Joyce, un verdadero maestro de las palabras, se destaca por su narrativa peculiar y luminosa, creando rigurosos secretos en su escritura.

James Joyce, transmutador de ideas precisas, establece en su obra un enfrentamiento entre el método y el drama, dos herramientas que le dieron un estilo ágil y paradójico. Su novela Ulises se revela como una insaciable curiosidad al establecer un símil con la Odisea de Homero, capturando los ambientes y las atmósferas de Dublín. Publicada por primera vez en París en 1922, cada capítulo de Ulises favorece una lectura impregnada de recuerdos y cualidades humanas en sus personajes, transmitiendo la diversidad de caracteres escriturales innovadores.

Ulises representa un arte glorioso y seductor, con su timbre innovador, simbología atractiva y luminosidad, que atesora lo sorprendente de lo histórico, lo psicológico y lo social. La comunicación instantánea constituye un paraíso de experiencia capaz de expresar un mundo de particular naturaleza. En este texto, el lector percibe los sueños que el autor restaura a través de la memoria, añadiendo belleza a la escritura. Así, James Joyce logra el deleite de la escritura como si se tratara de una partitura de Mozart.

Ulises de James Joyce presenta un ambiente tranquilo y lleno de felicidad creativa, con una perspectiva teórica y vanguardista. Esta obra crea contrastes que permiten a sus personajes resolver situaciones complejas en conversaciones informales. La osadía estética de Joyce hace que el discurso sea intenso y claro.

La estructura social en Ulises permite a Joyce explorar diferentes mundos desde la perspectiva de los recuerdos. Esta experiencia de la memoria crea un oasis que define la metodología única de su novela. En su exploración psicológica, Joyce utiliza un lenguaje que otorga al texto una singularidad y profundidad distintivas.

La categorización de Ulises en sus planos lingüísticos, enfoques, significados, niveles estructurales y temas centrales propone una asociación de signos narrativos que configuran una identidad en la que sujeto y predicado se expresan con gran lucidez, sin rivalidad en el discurso. Por el contrario, se integran en un mundo de vivencias y visiones a través de una disciplina espontánea. Los resultados descriptivos son la confirmación del talento de Joyce, creando un mundo amplio en todos sus aspectos sintácticos.

La primera traducción al español de Ulises la realizaron José María Salas Subirat y M. Ángeles Conde Padilla. En 1924, Antonio Marichalar dio a conocer el texto con un amplio estudio en la Revista Española de Occidente, bajo el título: “James Joyce en su laberinto”. Estos traductores mantuvieron la cohesión escritural de sus respectivas traducciones.

De manera similar, hay que reconocer la eficaz labor en estos términos del universal escritor argentino Jorge Luis Borges, “ quien dos meses más tarde, en enero de 1925, sacó a la luz en la vanguardista Proa «El Ulises de Joyce» –reseña en la que habla de esta obra «con la vaga intensidad que hubo en los viajadores antiguos, al describir la tierra que era nueva frente a su asombro errante», pese a «no haber desbrozado las setecientas páginas que lo integran» (Borges 1925: 3), junto con su traducción «La última hoja del Ulises», apropiación de la evocadora Molly, conquistada ahora para los argentinos.

Según refiere Borges, “en los años 40 fue invitado a formar parte de una comisión de anglicistas para la traducción de la novela de Joyce, pero que, tras casi un año de encuentros semanales, la ingente tarea se vio interrumpida por la inesperada aparición de la versión de Salas Subirat (Saer 2004). La primera edición del Ulises fue publicada en 1945 por la editorial bonaerense del andaluz Santiago Rueda, bajo la dirección de Max Dickmann, en tirada ordinaria de dos mil doscientos ejemplares y especial en dos volúmenes de veintiocho y de trescientos ejemplares, y su revisión fue reeditada sucesivamente en México por la editorial Diana y en Buenos Aires. Como paratextos complementarios, la edición incluía una «Nota del traductor» y una docena de notas a pie de página de tipo lingüístico en las que este indica que el original está en español, o bien aclara algún significado o doble sentido no reflejado en su versión”.  

Revela que:

“Pese a existir, desde 1976, una nueva traducción de la novela llevada a cabo por José María Valverde, la traducción argentina volvió a aparecer en 1991 en la doble lectura de texto e imágenes propuesta por Julián Ríos y Eduardo Arroyo con el título Ulises ilustrado (Barcelona, Círculo de Lectores)”.

En 1996 la traducción de Salas Subirat fue reeditada una vez más, aunque en este caso con drásticas revisiones y profusas anotaciones a cargo de Eduardo Chamorro (Barcelona, Planeta). Según sus propios cálculos, Chamorro modificó la traducción original en un cincuenta por ciento, eliminando múltiples erratas y corrigiendo frecuentes descuidos, revisando aspectos estilísticos simplificados en la versión argentina, y borrando los localismos del habla porteña, amén de añadir un corpus de más de tres mil notas. No extraña, pues, el rechazo de la crítica argentina, ni sorprenden los calificativos –«masacre», «acto de piratería» y «vandalismo»– con que el escritor Juan José Saer (2004) se refiere a esta edición.

A estas traducciones se suma la del eminente lingüista Dámaso Alonso, con el título Retrato del artista adolescente James Joyce, publicada en la editorial Lumen, S. A, Barcelona, (1926). Se trata de su infancia y de sus primeros esbozos que lo convertirían años después en uno de los novelistas más importantes a nivel universal.

James Augustine Joyce nace el 2 de febrero de 1882 en Rathgar, suburbio de Dublín. Cursa estudios secundarios en el internado de los jesuitas, experiencia que dejará una huella indeleble en su obra literaria. Posteriormente ingresa en la Facultad de Filosofía del University College de Dublín, que abandona en 1902 para trasladarse a París. Tras regresar a Dublín, para asistir a la muerte de su madre, en 1904 vuelve definitivamente, acompañado de Nora Barnache, con quien contraerá matrimonio en 1931. Hasta su muerte en Zürich, el 13 de enero de 1941, reside sucesivamente en Roma, Trieste y París, dando clases de inglés y dedicado a la creación de su obra, que consta de dos libros de poemas, Chamber music (1904) y Pomes penyeach (1927), el drama Exiles (1914), y las novelas, A portrait of the artista as a Young Man (1916), Ulysses (1922) y Finnegans wake (1939).

Recordando su infancia, escribe:

“Los anchurosos campos de recreo hormigueaban de muchachos. Todos chillaban y los prefectos les animaban a gritos. El aire de la tarde era pálido y frío, y a cada volea de los jugadores, el grasiento globo de cuero volaba como un ave pesada a través de la luz gris. Stephen se mantenía en el extremo de su línea, fuera de la vista del prefecto, fuera del alcance de los pies brutales, y de vez en cuando fingía una carrerita. Comprendía que su cuerpo era pequeño y débil comparado con los de la turba de jugadores, y sentía que sus ojos eran débiles y aguanosos. Rody Kickham no era así; sería capitán de la tercera división: todos los chicos lo decían”. 

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