La narrativa de Laureano Guerrero
El reconocido profesional del derecho y la política ha dado prestigio al género novelesco dominicano, dotándolo con un proceso creativo donde predomina la realidad psicológica. Sus novelas, La costa, El abuelo y La sentencia se destacan por fundamentarse en los ejes transversales de la memoria como territorio de recuerdos. La realidad objetiva de sus personajes, en relación con los fenómenos que ocurren a su alrededor, y cómo estos, a partir de sus experiencias y luchas, formalizan una filosofía de vida, son rasgos distintivos de sus obras.
Estos textos crean parcelas de reacciones y estímulos, apuestas narrativas que definen la tesitura de la escritura de Laureano Guerrero. Los episodios de sus personajes se tejen a partir de circunstancias que suscitan conjuraciones producto de los procesos absurdos y la impotencia que tuvieron que soportar por la pobreza de algunos y los sueños perdidos de otros. En este caso, los planos existenciales que el autor recrea se corresponden con una realidad sincera, nutrida por un tiempo y espacio que permiten recoger, a través de una escritura llena de cicatrices, el conjunto de fracasos y logros de unos y otros. Este dilema es un catálogo de causalidades.
En la novela El abuelo, el personaje principal, Panchotina, acompaña a su nieto César André al estadio de béisbol, un espacio que el tiempo había construido conforme los muchachos de la comarca practicaban este deporte, con la esperanza de llegar algún día a las Grandes Ligas de Estados Unidos. Además, Panchotina quería alejar a su nieto de los vicios de las drogas y el alcohol, inculcándole valores y lecciones que luego serían provechosas. En aquella ruralidad, sin asfaltado, sin dispensario médico ni electricidad, Panchotina sacaba tiempo para llevar a su nieto a practicar deportes. También encontraba tiempo para las labores conuqueras y, a través de un pequeño radio portátil, escuchaba de noche las noticias que se producían en el país.
Un valor agregado a la narrativa de Laureano Guerrero se encuentra en su novela La sentencia, cuyo discurso aborda la ley evacuada por el Tribunal Constitucional respecto a los inmigrantes con derecho a vivir en el país debido al ius sanguinis. Los personajes que componen el entramado de la novela, como Luis Creales, Matías, María e Isabel, Daniel y Lín, Alfredo, el sacerdote vudú Mackandal, Meca, Tanu, Fanchin, Chelí, doña Altagracia, Catalina, doña Luisa, Juan, Francisco y el sacerdote Cedeño son eslabones de una cadena desenfrenada de circunstancias y misticismo. Cada uno de ellos aporta un estilo y modo único en una atmósfera que se congela en el tiempo y refleja el realismo social.
La dimensión emblemática, dramática y desmañada de la novela tiene un componente antropológico y cultural, reflejando los orígenes de la comunidad haitiana. A pesar de sus progresos económicos y su dominio durante los siglos XVII al XX, especialmente en relación con Francia y sus continuas inmigraciones a la República Dominicana debido a la industria azucarera, estas redes han complicado la nacionalidad dominicana por las diferencias de lengua, religión y costumbres.
Este es un tema actual que se extiende por todo el cuerpo social del país, presentando un desafío palpitante que los dominicanos perciben como un impacto cultural dañino para su proyecto de desarrollo económico y social. Aunque algunos argumentan que las inmigraciones contribuyen positivamente, incluso en medio de políticas radicales y conmociones que afectan el patriotismo dominicano, estas peripecias de identidad y sueños truncados encuentran un contrapunto en el amor entre Matías e Isabel, quienes, a pesar de sus diferencias, marcan la diferencia.
Hagamos un paréntesis para referirnos a su tercera novela, La costa. Apartheid dominicano, donde una serie de eventos configuran un entramado de matices que mezclan desilusión, odios, envidias, la Guerra de Abril, Trujillo, Guido Gil Díaz, el coronel Simón Tadeo Guerrero, la discriminación, lo político, la modernidad y resentimientos. La narrativa se desarrolla en la provincia de La Romana, centrada en los bateyes y la Gulf and Western. Laureano Guerrero nos dibuja tanto el lugar de la costa como la historia de la compañía South Porto Rico Sugar Company, radicada en Nueva Jersey, EE. UU.
Refiere que La costa se denominaba de esa manera “porque, en efecto, se trataba de una extensa hilera de casas frente al mar, todas construidas de igual manera y con una vía trasera por donde transitaban los vehículos de la empresa, el personal de servicio y los propietarios temporales, hasta llegar a sus cocheras respectivas”. Y agrega: “El frente de las casas era otra cosa: todo un amplio jardín, iluminado por la presencia del inmenso mar Caribe. Las pocas personas que por allí se paseaban podían apreciar el océano multicolor, en el cual se movían embarcaciones de diferentes calados, que dejaban a su paso estelas de espuma que se entregaban al oleaje natural, mientras el sol brillaba sobre el agua salada”. También forman parte de esta historia: míster Beaker, Melina, Carmen Luisa, Mary, Joisy, Robert, Solano, Mr. Collin y Teobaldo Rosell.
Es evidente que los aciertos de las obras de Laureano Guerrero se relacionan con las constantes preocupaciones sociales donde interviene una indiscutible sinceridad que enriquece la conciencia social que influye de modo notable en la interpretación del lector desde el punto de vista de los problemas temporales. Las impresiones de los personajes que intervienen en estas se encierran en una atmósfera de la memoria, es decir, del recuerdo o de los accidentes que provocan las circunstancias del presente sin tomar las aristas de la tragedia. De tal manera, que su lenguaje se mantiene fresco, al plasmar la realidad o lo patético de cualquier historia.
Sus procedimientos estéticos combinados con sus paradójicos símbolos revelan una magnífica autobiografía a partir de la realidad asumida por los personajes, los cuales, resaltan una correspondencia de consecuencias debido al acento característico que no se basa en inquisiciones teóricas sino en el lenguaje directo de sus personajes normales, sinceros en sus estampas y en lo que expresan sin guardar apariencias de que están dotados de intenciones definidas e inmutables.
Se apegan a sus experiencias, a sus historias, a su filosofía de vida, a su arraigada, sin tintes e implícita filosofía. Avivan sus pasiones con el único objetivo de que se le reconozca sus apuestas que no buscan la obsesión psicológica sino el acto creativo vivo al definir su identidad y el mucho aprecio que los lectores les prodigan por haber vivido una vida de ejemplos y desinteresados de categorías y glorias que no están a su alcance.
Por otra parte, los retablos de vida los podemos encontrar en los siete libros que ha publicado Laureano Guerrero, que incluyen novelas, cuentos y relatos sociológicos. A saber: Cheché, La costa, La sentencia, Solo relatos, Amores extraños y El abuelo. En estos textos, prima el lenguaje criollista y la fantasía de un lenguaje lineal y llano. Y, en concreto, los aconteceres que el autor narra en tono íntimo y accesible, a la vez, y, en particular, la transición del tiempo al formar una simbiosis con la memoria, y los caminos de los personajes son diferentes, pero tienen sus puntos de encuentro por la dicción plástica.
Los recuerdos guardan relación con el desarrollo ascendente de la existencia humana. Tal manifestación tiene una fuerza espiritual poderosa. A esto se agrega que los mismos son consecuencia de su tiempo como bien expresa el narrador Laureano Guerrero, cuando les cuenta a su nietos episodios relacionados con el medioambiente rural donde practicaba beisbol y, para que estos recuerdos y experiencias que asimilaron aquellos amigos de la infancia, algunos que se sacrificaron para llegar a Grandes Ligas y no lo consiguieron y otros que sí conquistaron el éxito y fueron ejemplos para su comunidad y el país y que no se olvidaron de la comunidad donde crecieron.