Veinte años enredado en palabras

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Rubén J. TrigueroMadrid, España
Tomado del blog personal del autor 

Este 2024 se han cumplido veinte años desde que empecé con la escritura. No recuerdo la fecha exacta, ni siquiera el mes, y no creo que a estas alturas sea algo de importancia.

Tampoco quiere decir que nunca hubiese escrito nada, pero es más o menos el momento en que empecé a trabajar la ficción literaria, a sentarme de manera regular para escribir y a aventurarme con los primeros proyectos literarios.

Veinte años no es ninguna ligereza. Después de todo, dos décadas son, básicamente (y con suerte), la cuarta parte de la vida de una persona. Así pues, dedicar a alguna actividad todo ese tiempo, no lo convierte en un mero tema transitorio, no es una “afición” al uso, por más que al mismo tiempo lo sea.

Cuando empecé, lo hice por pura casualidad, y creo que también por desesperación. En aquellos años andábamos inmersos en el apogeo de la burbuja inmobiliaria y trabajaba como obrero en la construcción. Tenía diecinueve años, no había finalizado la secundaria y no encajaba en ningún lugar. Mis días se sucedían erráticos: no encontraba sentido a la vida y llevaba una existencia sumida en el nihilismo. Y este noble arte llegó a mí como el despertar de la primavera: un día sales a pasear como cualquier otro y, de repente, lo ves todo salpicado de color, de olor y de movimiento. Nada había cambiado, pero a partir de entonces, todo cambió.

Por supuesto, no fue un camino fácil (ni mucho menos lo es ahora): no tenía ni idea de cómo escribir, ni siquiera me manejaba en condiciones con la ortografía y la gramática. No sabía de estructuras ni de técnicas y no poseía herramientas para abordar la escritura. Pero podía aprender y me encontraba motivado e ilusionado con la posibilidad de ser escritor, así que me puse a ello. Por fortuna, me ha tocado en suerte haber nacido en una época que nos ofrece oportunidades que en cualquier otro contexto histórico no hubiésemos tenido. Y en eso estoy agradecido.

A partir de 2013 pude colocar algunos textos en alguna revista, participé en alguna antología, quedé finalista en algún certamen… En definitiva, tuve pequeñas incursiones, sin embargo, tardé catorce años en ver publicada mi primera obra en solitario. Catorce años con sus vaivenes, con sus épocas productivas en contraste con otras en las que apenas junté palabras. Porque en esos años, hubo épocas de verdaderos lapsos en los que no conseguía avanzar nada. Pero siempre retomé esa senda. Yo pensaba que iba a ser un eterno aspirante, una situación que siempre se me iba a resistir, que mis obras siempre iban a ser rechazadas.

Aquella primera publicación, en 2018, fue como un punto de inflexión en mi camino, pero un punto de inflexión que tambaleó todas mis certezas, porque después de aquella experiencia ya no estaba tan seguro de que quería seguir con esto. La realidad del mundillo editorial es terrible. Es algo totalmente absurdo. Y no es que no conociera nada, porque información hay a raudales en Internet, pero verlo desde primera persona fue como una bofetada de realidad que arrastró toda la ilusión que pudiera albergar.

Y con esta afirmación, no me refiero a la propia editorial que apostó por el manuscrito, ni al editor, que dedicó sus esfuerzos en refinar la obra e hizo lo que buenamente pudo para sacarla adelante y darle difusión, sino por todo el ecosistema en el que había que nadar a contracorriente. Pero bueno, todo eso queda fuera de este texto, porque lo verdaderamente importante era continuar.

Después de aquello, sabía que quería seguir con la escritura, y lo hice más o menos con la misma desesperación que antes de ver publicada mi obra, pero al mismo tiempo, con la desazón de conocer la realidad del mundillo de primera mano. Esa desazón me ha perseguido muchos años y he sufrido por ello. Pero con el tiempo, todo ese malestar se fue difuminando hasta ser imperceptible (al menos la mayor parte del tiempo).

El porqué sigo escribiendo después de todos estos años es difícil de explicar. Es probable que ni yo lo sepa con seguridad. La única certeza es que hoy sigue pareciéndome una actividad interesante y la concibo como algo muy distinto a como la percibía no solo cuando empecé, sino durante muchísimos años: antes era un medio para alcanzar un fin y, desde hace algunos años, la escritura es un fin en sí misma. Esta perspectiva lo ha cambiado todo. Porque toda la visibilización y difusión de la obra, toda la zozobra y el conglomerado del mundillo editorial quedan relegados a un segundo plano.

No voy a transitar el tópico de que escribo para vivir, porque no sería cierto. Pero sí que hay una máxima que defiendo: lo hago porque es parte de mi vida, es una actividad a la que me he querido dedicar consciente e inconscientemente durante todos estos años y que, cada mañana, sigo queriendo hacer. Y en ese sentido, creo que la escritura me ha cambiado después de todos estos años. Le ha dado un sentido a mi vida, un motivo para seguir adelante en los tiempos difíciles (porque me ha resultado más fácil escribir desde la desesperación que desde la tranquilidad).

Durante todos estos años he recibido algunas alegrías e incontables tristezas. Con el tiempo se ha vuelto tan inseparable de mi vida que es como si definiera una característica de mí. No sé muy bien qué haré mañana, si seguiré en esto hasta que la vida se me agote o en algún momento decidiré que ya es suficiente. No lo sé, ni tampoco es asunto mío. Lo que sí sé es que a día de hoy, sigo levantándome de madrugada, cada mañana, con ganas de seguir trabajando mis textos, sigo aprendiendo y mejorando, sigo construyendo este camino, adoquín tras adoquín, que nunca se sabe hacia dónde me llevará.

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