Ventana

Virgilio Díaz Grullón, cien años después

En la trayectoria del cuento dominicano contemporáneo, Virgilio Díaz Grullón (1924-2001) ocupa un lugar cimero que alcanzó con una obra breve pero ejemplar, integrada por tres libros: «Un día cualquiera» (1958), Premio Nacional de Literatura de aquel año, «Crónicas de Altocerro» (1966), y «Más allá del espejo» (1975). Publicó además una novela corta, «Los algarrobos también sueñan» (1977), una obra en la que ensaya una novedosa técnica narrativa para incursionar en los intentos de tantos valientes luchadores para derrocar al tirano, y por la que recibió Premio Anual de Novela; y un libro de memorias, «Antinostalgia de una Era» (1989), en el que cuenta anécdotas y recuerdos personales en el ocaso de la tiranía.

Pero de todo lo que dio a conocer, siempre a largos intervalos, son sus cuentos los que le han ganado un lugar de primer orden entre los narradores dominicanos, debido ante todo a la excelencia de su prosa, en la que no hay fisuras ni caídas y que parece labrada por un artífice de la palabra. Asimismo, por su creación de personajes urbanos durante un período con muchos rasgos aldeanos. Aunque no fue pionero en incursionar en las palpitaciones de la ciudad, sí fue un consistente buceador en la mentalidad y prácticas de la gente de las urbes. Supo trascender cierto realismo al uso, para conformar un mundo propio en el que exploró la psicología de los personajes y, más tarde, traspasar las fronteras de la realidad real para sumergirse de lleno en las aguas de la fantasía.

Hijo único del notable escritor y diplomático petromacorisano Virgilio Díaz Ordóñez, «Ligio Vizardi» (1895-1968) y de la señora Ana Virginia Grullón, realizó estudios primarios y de bachillerato en Santiago de los Caballeros, de donde era oriunda su madre, y en 1946 obtuvo el título de Doctor en Derecho en la Universidad de Santo Domingo. Aunque en su mocedad participó activamente en Juventud Democrática, movimiento contestatario frente al régimen de Rafael Leónidas Trujillo Molina (1891-1961), el hecho de ser hijo de un prominente funcionario y diplomático activo que siempre lo protegió fue un factor que lo salvó de caer en las garras de la dictadura, pese a que muy pronto se vio inmerso en labores burocráticas que desempeñó durante décadas, incluso, como cruel paradoja, en el mismo Palacio Nacional, donde su despacho estaba muy próximo al del tirano, según ha contado él mismo, con cierto humor negro, en sus memorias.

Entre sus trabajos más notables hay que destacar que fue vicegobernador del Banco Central de la República Dominicana entre 1958 y 1960, en el que se desempeñaba como secretario de la institución cuando se retiró formalmente de la actividad laboral. Pero durante su etapa más productiva, después del magnicidio que borró del mapa la figura del dictador, el 30 de mayo de 1961, y obligó a toda la familia Trujillo, en noviembre de ese mismo año, a abandonar el país como consecuencia de la presión popular, la vida de nuestro escritor tomó otros rumbos.

Casado con la recordada pianista y escritora Aída Bonnelly Peralta, madre de sus hijos Victoria Amelia y Virgilio Arturo, la familia Díaz Bonnelly residió una década en la ciudad de Washington, D. C., Estados Unidos, donde él trabajó como funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Desde su retorno al país, ya no volvió a vivir en el extranjero. Me emociona decir que conocí a Virgilio Díaz Grullón en la Editora Taller, en el año 1975, cuando ambos estábamos inmersos en los ajetreos de impresión de nuestros respectivos libros de cuentos en aquel decenio crucial. En su caso, el libro era Más allá del espejo, colección de cuentos fantásticos cuya publicación marcó un hito en su propia narrativa y en el país. A partir de entonces, hasta su despedida final el 18 de julio de 2001, nuestra amistad no hizo sino crecer y consolidarse, a través de los afectos, el trato familiar y la admiración.

Como dije al inicio de mis palabras, Virgilio Díaz Grullón fue uno de los primeros narradores dominicanos en dejar atrás los relatos rurales para contar historias urbanas dentro de una atmósfera de intemporalidad y anonimato que podía aplicarse a cualquier ciudad, si bien es cierto que, hace más de medio siglo, todavía la República Dominicana era un país que dependía en gran medida de la producción agrícola y el campo tenía una indiscutible trascendencia en el perfil de la sociedad. Fue un cuentista de una obra muy bien concebida y plasmada, a base de una prosa impecable que lo ha convertido en un clásico contemporáneo de las letras dominicanas. Escribió poco, insisto, apenas tres libros de cuentos, una novela corta y uno de memorias, aunque esas obras bastaron para situarlo entre los maestros indiscutibles del cuento en nuestro país, junto a otros grandes narradores encabezados por Juan Bosch. Su caso no es el único, si tomamos en cuenta que al mexicano Juan Rulfo le bastaron dos libros para quedar inmortalizarlo como un paradigma narrativo en nuestra lengua.

Otro rasgo distintivo a destacar es que Díaz Grullón fue un escritor tardío, a juzgar por la fecha de aparición de su primer libro, «Un día cualquiera», cuando tenía treinta y cuatro años de edad. Pero desde el inicio, su obra narrativa reveló un equilibro formal y una madurez expresiva poco comunes en un autor primerizo, lo cual indica no solo una esmerada formación literaria sino un cuidadoso trabajo de escritura de larga incubación.

La obra de Virgilio Díaz Grullón se resiste a cualquier encasillamiento, pese a que ha sido relacionada con la de Franz Kafka, debido al sondeo de la psicología de los personajes, la exploración del subconsciente, el intento de descubrir los misterios que subyacen bajo la realidad real, así como el carácter inamovible de sus protagonistas, sus obsesiones y pesadillas. En todo caso, sus cuentos suscitan una sincera admiración por su solidez formal y su transparencia, y porque escapan al melodrama, la anécdota fácil, el estereotipo y la simplicidad. La narración por lo general discurre de manera ordenada, sin saltos de espacio o tiempo, a menudo mediante la descripción minuciosa de actos reiterados, rituales que definen el carácter de los personajes, los cuales actúan de manera parsimoniosa en un ambiente caracterizado por rutinas y encuentros anodinos. En el fondo de cada historia siempre late el enigma de un comportamiento inexplicable, la incertidumbre frente al misterio y el desconcierto ante hechos que a menudo desembocan en un final inesperado.

Publicado ocho años después de su primer libro, «Crónicas de Altocerro» confirmó su dominio del género, al mismo tiempo que ampliaba el alcance temático de su obra. En este libro, el autor exhibe una prosa depurada que fluye en cada cuento elaborado con la maestría de narrador exquisito. Son textos en que la acción está supeditada a la reflexión y al cálculo, a base de una escritura minuciosa y objetiva con pocos detalles del entorno. La pericia de cuentista que conoce bien su oficio le permite no tomar partido frente a los hechos ni juzgar la conducta de sus personajes, y lo hace siempre con una admirable sabiduría hasta alcanzar el efecto sorpresa del desenlace final.

Los cuentos de la colección reunida en «Crónicas de Altocerro» eluden lo folklórico, el dato pintoresco, la anécdota fácil, para centrarse en los enigmas del comportamiento humano y las traiciones del subconsciente. Los sueños, las pesadillas, las frustraciones, la fantasía ‒esa otra cara de la realidad‒, el humor negro, como es notorio en el cuento «Crónica policial», son motores poderosos que impulsan las acciones de los personajes.

Desde su partida hacia la eternidad, a la edad de 77 años cumplidos, la figura de Virgilio Díaz Grullón entró en una nueva dimensión y ha quedado subordinada a su legado literario, contenido en un puñado de cuentos maravillosos que leemos y releemos con fruición y que ahora ponemos en manos de las jóvenes generaciones para que sean modelo inspirador de nuevas creaciones literarias que honren y exalten su memoria y de hilo conductor que sirva entre presente y porvenir.

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