Héctor Incháustegui Cabral: Poemas de una sola angustia
No debe extrañar al lector avezado el indiscutible prestigio que tuvo en su tiempo el poeta y crítico literario Héctor Incháustegui Cabral. El mundo de la poesía para él se compone de sueños donde lo mitológico no queda fuera de la realidad. En buena medida, la finalidad de su obra poética estuvo dirigida a reinventar el mundo mediante la ilusión.
La mejor perspectiva para comprender la dimensión del legado literario de Héctor Incháustegui Cabral está resumida en la veneración que la mayoría de los escritores dominicanos, y muchos extranjeros, profesan a su obra y hoja de vida.
Además de su genialidad como poeta, Héctor Incháustegui Cabral destacó como un generoso crítico literario. Estudió profundamente la tradición de la literatura nacional, estableciendo sus mejores valores en la poesía, la narrativa y el ensayo.
La cultura universal de Héctor Incháustegui Cabral lo convirtió en una autoridad intelectual y académica. En sus trabajos se advierte una insuperable calidad estética, con una definición acabada y perfecta en su sintaxis y conexiones del discurso poético. A su protagonismo se suman sus dotes diplomáticas y su sistemática imaginación, dotada de una fogosa inspiración.
Fue, y sigue siendo, uno de nuestros clásicos de la literatura dominicana: un profesor simpático, generoso y apasionado por los temas nacionales, donde ni siquiera el campesino queda fuera de su poesía. Su optimismo sobre el ideal patrio fue contagioso, como lo reafirma en su antológico poema Canto triste a la patria bien amada.
También cabe destacar su obra ensayística, donde su conocimiento lingüístico ilustra lo connotativo de las palabras en su redefinición de la estructura formal y diversas corrientes sociológicas. Incháustegui replantea, en la contextualidad, lo objetivo de la escritura, permitiendo que sus piezas ensayísticas contengan la propiedad de una composición objetiva.
Aquí observamos cómo las ideas en sus cadenciosos y estructurales juegos verbales tienen la característica del esmero de una escritura llana y refrescante, poblada de historias y motivos interiores que refuerzan la conciencia y la sensación de lo mágico. En este sentido, el poeta ofrece lo mejor de sí en su imaginación, logrando un realismo cromático. Su poesía se convierte en un puente por donde transita la imaginación aludida.
Cada contexto o ritmo acarrea la singularidad de lo que evoca o vive en ella, incendiando el espíritu en su revelación. A todo esto se suma un estilo que promueve un discurso liberador de la interioridad, provocando un torbellino de metáforas y otros elementos impredecibles, mediante un ejército de símbolos que enuncian un nuevo tipo de lenguaje respecto a sus sentimientos.
En el ámbito poético, Héctor Incháustegui Cabral manifiesta una voluntad inspiradora para superar artilugios, parafernalia y los juegos del arte cristalizando así un sistema de símbolos que enarbolan su patriotismo, como se refleja en su poema Canto triste a la patria bien amada:
Patria…
y en la amplia bandeja del recuerdo,
dos o tres casi ciudades,
luego,
un paisaje movedizo,
visto desde un auto veloz:
empalizadas bajas y altos matorrales,
las casas agobiadas por el peso de los años y la miseria,
la triste sonrisa de las flores
que salpican de vivos carmesíes
las diminutas sendas.
Aquí, el poeta sintetiza la patria a partir de un portal que el lector la respira y la observa como un cuadro de Yoryi Morel, cuya geografía es un significado. No es más que un emblema, el hecho evidente de esa patria que llevamos siempre en nuestra imaginación, inscrita en los anales como propiedad exclusiva, la evidencia de perpetuidad.
En el Pozo muerto, su ensayo más antologado, Incháustegui Cabral dibuja, mediante una técnica sorprendente, un cuadro político que busca establecer los hilos de una conciencia de la realidad que se vivió en la dictadura de Trujillo y que, desde cualquier perspectiva, también ofrece la defensa del sujeto ante las trampas del poder dominante para sobrevivir. De manera que el autor asume el papel del intelectual comprometido y lo hace desde un estilo y método complicados, transformando su exposición, sus nociones y actitudes, ya que participó en dicho régimen, pero como diplomático.
Héctor Incháustegui Cabral comprendió que su verdadero papel en la política era la escritura, dedicándose a ella por completo y dejando un legado al reunir y publicar todo cuanto había escrito unos años antes de su muerte. Tanto en su obra completa como en sus ensayos encontró el apoyo de la Universidad Católica Madre y Maestra (UCMM), institución a la que dedicó una extensa labor académica.
Además de poeta, ensayista y diplomático, fue periodista, educador y dramaturgo. En este último género, su obra Miedo en un puñado de polvo destaca los matices de las vivencias de sujetos que se aferran a una realidad desgarradora y tratan de imponerse a ella por trágica que sea. En esta obra teatral, Incháustegui Cabral no abandona sus temas principales: la identidad, la cultura y la naturaleza, resaltando la angustia sustantiva de la dominicanidad.
Nació en Baní en 1912 y murió en la ciudad de Santo Domingo en 1979. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad de Santo Domingo. Fue director de Radio Televisión Dominicana, secretario y asesor del presidente Antonio Guzmán Fernández, jefe de redacción y editorialista de los periódicos Listín Diario y La Nación, director del periódico La Opinión, subsecretario de Estado de Educación, vicerrector de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra, y recibió el Premio Nacional de Poesía Pedro Henríquez Ureña en 1952.
En resumen, las obras de Héctor Incháustegui Cabral son el resultado de una vida de creación laboriosa. Constituyen una radiografía del autor prolífico y de vasta cultura, destacando su extraordinaria capacidad imaginativa que le permitió escribir páginas valiosas, auténticas y precisas, aportando valor a la literatura hispanoamericana por sus conceptos y métodos estéticos apropiados y empáticos con una multitud de lectores.