Metamorfosis de Ovidio
La épica del poeta romano Publio Ovidio Nasón (Ovidio) se caracteriza por un simbolismo que su biógrafo Juan Francisco Alcina destaca acertadamente, basándose en el romanticismo de El arte de amar. Esta retórica legitima un léxico acorde al lenguaje de su época, tanto antes como después de Cristo. Ovidio fue una de las principales fuentes de inspiración para los amantes de la literatura romana de su tiempo, definiendo un vocabulario de rigor historiográfico.
Es imprescindible destacar cómo Ovidio relaciona el amor con lo mitológico, un esquema de quintaesencia en sus ritmos. Aunque es justo decir que estos no fueron influenciados por el Renacimiento ni alcanzaron la altura de los sonetos de Dante, D’Annunzio y Petrarca. Su estructura en soneto crea un artefacto anárquico y didáctico, expresando un realismo preocupado por lo amoroso y lo existencial. Además, destaca una nota humana que da sentido a la lengua románica en cuanto a método e historia.
Aunque su poesía no alcanzó un lirismo de fervorosa fantasía, sus pasiones exuberantes contienen motivos y saberes que delimitan campos donde muchos de sus versos reflejan festivos acentos populares. Se reconoce que las fuerzas motoras de muchos de ellos provienen del influjo de la musicalidad verbal. Llegó a escribir cientos de poemas que enuncian liturgia, contrapunto de lo satírico, lo heroico y el engaño amoroso. En fin, los dioses, las heroínas, los emperadores y la música son, en realidad, parte de sus símbolos recurrentes en su composición poética.
La manifestación artística y literaria fue su razón de ser, arraigado a la visión de un mundo que no era ajeno a su sentido profundo de lo divino y lo profano por paradójico que resultare. La poesía para él no fue un acto superficial. En ella encontraba una grandeza espiritual que lo estremecía, al poner de manifiesto su estilo en el que sellaba el valor de las palabras y los vestigios de ciertos pasados que le hacían recordar los misterios de los grandes poetas griegos, como es el caso de Arquíloco, considerado por algunos historiadores de la literatura griega como el primer poeta lírico y filósofo que produce Grecia, aun cuando perteneció al período arcaico. Originario de la isla de Paros, era controversial y guerrero y algunos filósofos del Renacimiento lo sitúan en la concepción de lo dionisiaco.
En sus locuciones, Ovidio se refiere a poetas griegos como Píndaro, Homero, autor de las monumentales obras la Ilíada y la Odisea, Safo, Alceo de Mitilene y Esquilo, primer dramaturgo griego. Hay que destacar el modo en que Ovidio se refiere en sus poemas a los valores místicos, y la fuerza que estos arrojan a su creación poética en la que ilustra al lector de manera clara y precisa en cuanto a un lenguaje en el que articula un caleidoscópico que pudiera considerarse de arquitectura del pensamiento.
La era helénica puede considerarse un soporte o pilar en la poesía de Ovidio, la que podemos definir de prosa descriptiva al reunir una serie de tendencias lingüísticas sin estar regulados a un método fijo. Esto se debe a la influencia adquirida, cuyos síntomas creativos obedecen a su cultura romana que en su aserto concreto funda una ideología épica, y a una gramática sin secuencia estilística.
Merece la pena, por tanto, que el lector lo compruebe a través de los siguientes versos:
Deseo decir de formas ya mudadas en nuevos cuerpos; dioses, ayudadme, pues fueron por vosotros transformadas. para lo cual el verso prolongadme del principio del mundo al de mi intento, y con alientos sacros animadme. Antes que el mar, la tierra y firmamento, que todo lo contiene, se criase, faltaba a la natura su ornamento.
La creación poética de Ovidio se centra más en lo místico que en otros aspectos. Expone sus puntos de vista sobre la creación del mundo y la naturaleza del hombre, quien, de todas formas, está condenado a la muerte, a la que se refiere como “su ornamento”. Sus versos son variados y urgentes, reflejando su perspectiva y la supremacía de lo explorado, así como la vindicación de la muerte. Por esa razón, siguiendo el mismo rastro de los primeros versos, marca su destino, al expresar:
Ni la pesada tierra se fundaba sobre su mismo peso, ni Océano los brazos por sus playas alargaba. Que adonde estaba ella, allí el insano mar furibundo estaba, e indomable también se hallaba el aire liviano. Por do la tierra era vana, instable; sin luz el aire; el agua no tenía manera de poder ser navegable.
Según Juan Francisco Alcina, para entender a Ovidio hay que tener en cuenta el cambio generacional y de gustos de la sociedad romana del final del reinado de Augusto. Y aclara que Ovidio pertenece a una generación de poetas que no vivieron las guerras civiles que asolaron a Roma durante el siglo I antes de Cristo, y que zanjó Augusto con un nuevo tipo de gobierno dictatorial basado en la figura del emperador. Asegura Alcina que los viejos poetas augusteos, Virgilio y Horacio, con sus valores patrióticos y su estética clasicista estaban ya muy lejos de los gustos de la generación de Ovidio.
“Por lo que deja traslucir el mismo Ovidio en sus Tristia (II, 207-208), se le acusó de dos crímenes: “un poema y un error”. La referencia al poema
( Ars amandi) implica que se trataba no de alta política sino de cuestiones de moralidad y que el “error” estaba íntimamente ligado a esto, según relata. De todas maneras, para un hombre antiguo la esfera política equivale en muchos casos a la esfera moral o viceversa. Hay que recordar que en sus últimos años Augusto sufrió los golpes de los desmanes de varios miembros de su familia: el mismo emperador condenó el año 2 a. C. a su propia hija por conducta inmoral y adulterio como si fuese una ofensa contra el Estado o la religión, incluso más allá de la tradición romana o su propia legislación. A esto se añadió la desgracia del año 8 d. C. con la impudicia de Julia, su nieta. El odio de Augusto llegó a hacer destruir la suntuosa villa de Julia por haber sido escenario de su lascivia. Todo ello es un marco suficiente para explicar el ambiente en el que se decide el exilio del poeta y apuntar las razones de fondo”.
Ovidio: Metamorfosis. [Barcelona: Editorial Planeta, S. A.], edición, introducción y notas de Juan Francisco Alcina; traducción de Pedro Sánchez de Viana, 1990, p. XIV.