Impulso Caribe

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Ya sea por mi muy impulsivo temperamento o por la forma muy sencilla en que veo aquellas cosas que me gusta hacer, como escribir, yo perfectamente podría decir y de hecho ahora lo digo: Yo no pienso, yo escribo. Independientemente de la resonancia de esa frase con otra pronunciada por el personaje de Crimen y castigo, Raskolnikov, que dice: “Yo no trabajo, yo pienso”.

Me sirve no sólo para resolver la tarea de escribir algo en lo que no he pensado antes ni un chin, como este artículo, sino para irme incluso profundo a los hondos hangares de mi subconsciente, donde ahora mismo pasa sólo una muy suave brisa, que la verdad en estos tiempos de tantos calores, como sólo se puede llamar ahora al calor plural de Santo Domingo, uno lamenta que no sea física esa brisa cerebral, y termina prendiendo el abanico, los abanicos, el aire acondicionado, los aires acondicionados y todo lo que enfríe o refresque.

Pero no se puede ser tan mental, como si no sudara uno la gota gorda con los calores mencionados que hacen sudar hasta a las ideas. Primero que nada me presento, soy Homero Pumarol Santos, escribo estas líneas para mi amigo Beiro, de quien siempre olvido el nombre, tanto que ya hasta suena normal así, pura costumbre y afable agradecimiento de su amistad. Su nombre se ha tornado para mí en un apellido y suena más familiar llamarlo simplemente por él y aprovechando que mencioné estos insoportables calores y a un cubano amigo, y para poner sazón al momento pongo ahora una canción de Buena Vista Social Club, titulada El Cuarto de Tula. La buena música siempre extiende los buenos sentimientos y ahora escuchar una voz que dice “candela muchacho”, pienso que también las letras de este artículo van a coger candela.

Es un clima poderoso en el que nos hemos criado y eso nos hace a los caribeños tan poderosos como la naturaleza, eso es indudable, aunque por momentos uno piense: Carajo, bájale un chin madre Natura, que nos vamos a quemar. En ese mismo instante escucho la voz de Ibrahim Ferrer cantando: “coge pronto el cubito y no te quedes ahí afuera, llénalo de agua y ven a apagar el cuarto de Tula que cogió candela”. Así que fuertes como la naturaleza terminamos imponiéndonos a estos calores de la mejor manera posible, bailando ese sabroso ritmo que llevamos en la sangre los caribeños.

Uno quiere ser más intelectual, pensar un poquito más las cosas, pero está siempre ese calor de nuestra sangre y el más terrible calor del caribe, el de afuera, que hay momentos en que parece que quiere paralizarlo todo, pero se imponen esas incesantes ganas de bailar y de remenear con gusto y muchas ganas. Quienes así lo hemos hecho nos reímos de lo lindo del calor, aunque sudemos más, y pensamos que al fin y al cabo, ya habrá tiempo para meditar todo con calma, mientras tanto ese impulso lo guía uno como puede y por suerte siempre está la música de esta sabrosa parte del mundo que nos tocó habitar para llevarnos mejor.

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