Don Quijote a voces, de María Gómez Lara
Lo que ha hecho María Gómez Lara es sumarse a una larga y deslumbrante tradición de poemas en honor a Don Quijote, en la que la anteceden, entre muchos, los nombres de Quevedo y de Verlaine, de León Felipe y Rubén Darío, tradición que llega hasta nuestros días como lo demuestran los versos de Luis García Montero. Mucha gente piensa que cuando Rubén Darío ruega con ahínco “de las academias, líbranos señor”, se está dirigiendo a Dios. Pero no. Ese señor es el “señor de los tristes”, a quien le habla en su Letanía de nuestro señor don Quijote.
En casi todos estos textos de homenaje, los poetas se dirigen a don Quijote o le dan a él la palabra. Y María abre su libro con un conmovedor monólogo de un pobre Quijote apaleado y enjaulado. Y habla Sansón Carrasco, el caballero de la blanca luna, el caballero de los espejos, y también Sancho Panza musita sus dolores por un Quijote ya enfermo.
Está, no hay que olvidarlo, la dura, la sincera identificación del lector con el personaje: “porque eso que somos todos al fondo hasta la médula está en el disparate el desatino la locura que moldeamos con el polvo”.
Y también aparecen algunas damas, personajes de capítulos, no de la novela entera, como la adorable Marcela, que padece el mal de no estar enamorada del que se enamora de ella. O como Zoraida, la mora que quiere llamarse María.
No falta la infaltable, Aldonza Lorenzo, que habla como ella misma, no como la Dulcinea que inventó el andante caballero.
María Gómez Lara es hoy, con lo joven que está, uno de los nombres principales de la poesía colombiana. Desde su primer libro fue reconocida como una notable novedad que se ha ido consolidando libro a libro. Y fuera de su país ha ido ocurriendo lo mismo, todo debido a la fuerza de sus palabras, a la originalidad de sus enfoques, a su muy particular sentido del ritmo.