Desde la última butaca

El más allá (1 de 2)

La historia de este filme, rara por naturaleza, se debe al escritor griego-irlandés Lafcadio Hearn (1850-1904). Antes de que el maestro Masaki Kobayashi escogiera cuatro relatos de su libro Kwadian (integrado por antiguas historias de fantasmas japonesas), ya era un clásico viviente. Hearn había llegado a Japón en 1890 como profesor de inglés. Su amor por la cultura nipona y su identificación con los rasgos nacionales hicieron posible su naturalización allí y adoptara el nombre de Yakumo Koizumi. 

Uno de sus tantos libros publicados sobre las costumbres y tradiciones de japón fue Kwadian, sobre el cual el célebre cineasta Masaki Kobayashi sintió especial atracción.

Para Kobayashi, reconocido por sus aportes al cine de samuráis ( Harakiri, Premio Especial del Jurado en Cannes, 1962), filmar una cinta a partir de relatos de fantasmas, fue un giro importante en su obra. Además, fue su primera película en color. Con ella reprodujo lo sobrenatural del folclor de su país sin necesidad de acudir a imágenes explícitas y sangrientas del cine de terror actual. Su sencillez y belleza envuelven el filme y le incluyen un halo alucinante.

Este largometraje de 182 minutos posee oficio y garra. El primer relato, Pelo negro parte de la ruptura de una relación sentimental por causa de la ambición. El séquito de venganza se deja a tono con la muerte. Aquí Kobayashi, juega al absurdo, usa un escenario en apariencia transitable para presentar el arrepentimiento del protagonista quien regresa en busca de su primera casa tal y como estaba, con esposa sentada frente al telar, como si nunca la hubiera abandonado. El elemento del “pelo negro” envuelto una y otra vez sobre el cuerpo del protagonista crea un leimotiv de terror reflejado en aquel hombre, arrugado, envejecido, y a punto de abandonarlo todo. Y ojo con el vestuario, maquillaje y locaciones: encajaran en un guion sin desperdicios.

La segunda historia, La mujer en la nieve, Kobayashi recurre a su actor preferido, Tatsuya Nakadai, para entregarle la caracterización de un personaje distinto en su carrera, recrea el prototipo del campesino ingenuo, temeroso, en apariencia falto de felicidad. Disciplinado frente a la cámara, Nakadai demuestra garra para encarnar a un hombre revivido por un sentimiento misterioso. El guion, equilibrado y con un poder de síntesis admirable, permite su patenidad con la desconocido hasta que el desarrollo de la historia se entronca con la verdadera identidad de la mujer de sus sueños. La banda sonora, al estilo oriental, junto a esa fotografía concentrada en reproducir los detalles de los primeros, segundos y terceros planos, crean una atmósfera intrigante y sobrecogedora que el espectador agradecerá.

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