Ventana

Resquicio de amor

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En su ordenación sacerdotal el P. Ingmar Vázquez s.j. dijo en una frase lo que para él debería ser clave en toda persona de espiritualidad ignaciana: el agradecimiento. Hace unos días tuve la posibilidad de participar gracias a mi esposa y al programa de formación de voluntarios Servir D, en una celebración de cumpleaños para los jesuitas que viven en la enfermería de Manresa Loyola. Al contemplar el ocaso de sus vidas, esos hombres que han dado tanto por los demás, muestran en su alma una alegría que me recordó la felicidad profunda que representa encontrarse con Dios en el silencio de unos ejercicios espirituales.

Ser jesuita es mantenerse inquieto incluso cuando la enfermedad toca el cuerpo de quienes han vivido a plenitud su vocación. Un fiel testimonio de esto lo dio recién fallecido P. Carlos García Carrera s.j., padeciendo una parálisis parcial, con su única mano funcional, no cesaba de comunicar. A uno de los sacerdotes que encontré en la enfermería durante mi etapa universitaria le pregunté en La Habana “¿cómo puedo llegar a ser un buen comunicador?” Me miró por un rato- hizo un silencio pensador- y decidió responderme de una vez: “solo necesitas una cosa: decir la verdad”. Yo estaba esperando escuchar una disertación teológica, pero recibí algo mejor: un consejo sencillo, directo y siempre útil para mi vida profesional.

En el 2004, laicas y laicos vinculados a la Compañía de Jesús se propusieren colaborar con ella para establecer un voluntariado a partir de la espiritualidad ignaciana. Durante meses y en estrecha colaboración y diálogo con las diversas obras sociales jesuitas, se elaboró una propuesta de establecer una institución que permitiera a quienes se acercaran saborear la dimensión trascendental de la vida, reconectando con su esencia más noble, mientras prestaban servicio voluntario en las obras jesuitas en República Dominicana. Desde esta perspectiva, SERVIR-D surge y se propone dar cabida a una diversidad de personas, independientemente de sus confesiones de fe y vínculos religiosos siempre que tengan la voluntad de servir.

Cantar, bailar, contar anécdotas y experiencias de vida fueron componentes esenciales del encuentro en Manresa Loyola. Lejos de estar “enfermos” los jesuitas que pasaban en su mayoría de los 70 años mostraban una vitalidad increíble. Cuando uno camina por la vida haciendo el bien, termina recogiendo muchas sonrisas y su currículo vitae se llena de felicidad. Al final, somos una mínima Compañía que se convierte en Cuerpo cuando dejamos llegar por un resquicio de amor el palpitar de otros que han marcado por su ejemplaridad nuestra fe.

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