Ventana

Las alegorías de José Gorostiza

Los centros magnéticos de la poesía de José Gorostiza Alcalá nos permiten adentrarnos en sus altos tonos, que expresan la intensidad del lenguaje a través de una dialéctica intelectual, relacionada con la escritura automática. Lo específico, por su profundidad inventiva, otorga a la creación intelectual y teórica una proyección en todos los campos del conocimiento, generando un vértigo de impronta y primicia en el contexto interpretativo.

Los vínculos intelectuales y la historiografía se convierten en una estructura de invención arquitectónica, generando entusiasmo y efectos desde una perspectiva que condiciona la estética y la génesis del discurso poético. Esto nos recuerda a T. S. Eliot, Octavio Paz, Paul Éluard, Vicente Huidobro y César Vallejo.

La unicidad de este discurso tiende a priorizar las formas orgánicas en el plano intelectual, destacando variables escriturales que iluminan sus versos, como se puede observar en uno de los poemas de su libro Muerte sin fin, publicado en 1939. En este poema, el silencio invade la vehemencia de la memoria, ya que Gorostiza, como escritor, ensayista y poeta, creaba un espejo intelectual que permitía un quehacer riguroso y experimental.

La vida y obra de José Gorostiza se sustentan en la inquietud imaginativa, creando una alquimia de pasiones y enfocándose en un estudio psicoanalítico que problematiza los enfoques del lenguaje intelectual. Los accidentes intelectuales siempre estuvieron presentes en su creación, un acto de alumbramiento que muchos críticos literarios estigmatizaban, ya que, según ellos, lo relevante en el sentido de la fantasía estaba fuera del texto.

Es un tremendo desatino de esa crítica mojigata que no profundiza en los aspectos de la inteligencia de la exploración y solo destaca o evoca un mundo de creencias, atacando lo puramente estético al no comprender plenamente el mundo del subconsciente en el que André Breton hizo tanto hincapié para traspasar el reino de la conciencia artística. De todas maneras, el ser, en la poesía de Gorostiza, se enrosca en la existencia última de este ser para crear una historia personal, indisoluble e inmutable. 

La poesía de Gorostiza es desafiante debido a las resonancias y modulaciones que emergen de su audaz estilo, enfatizando las síntesis icónicas. Su profunda erudición psicológica permite al lector comprender cómo el poeta explora la dualidad del lenguaje, logrando una vida interior y un pensamiento que conjuga eternidades. Su creación poética provoca un choque entre el “Yo” y la angustia existencial.

La fluidez de la poesía de Gorostiza surge de una vocación estructural y arquitectónica, donde el lenguaje actúa como intermediario entre lo intelectual y la experiencia. Su dominio de la técnica artística, con precisión y procedimientos estéticos y cerebrales, lo reconoció como uno de los poetas más intelectuales de Hispanoamérica. Su maquinaria imaginativa, vital y precisa, construye cada verso sobre una base de síntesis desafiante desde el punto de vista léxico.

El escritor y crítico literario Jorge Cuesta, al analizar el libro Muerte sin fin, acota:

“El desconcierto a que esta poesía arroja al lector es un deslumbramiento del alma: tan necesaria e inesperada le es al mismo tiempo”.

Más adelante, se pregunta: “¿Y qué es por excelencia la poesía, sino la satisfacción más gratuita de la necesidad menos arbitraria?”

Y como si se tratara de una poesía para el espíritu, puntualiza Cuesta:

“Chocan materialmente en la lectura de la novedad del alimento y su adecuación a nuestro gusto. De tal modo, que parece que ni el tiempo será ocasión de que el alma se serene y se pierda el temor de confundir la realidad poética que José Gorostiza entrega al gozo de los sentidos con una satisfacción que soñamos”.

En su poesía, la reflexión prevalece sobre cualquier celebración cotidiana, y el rigor estético crea una catedral de hipótesis. Gorostiza logra crear espacios conceptuales que permiten que cada poema sea una revelación, una cruzada de argumentos y apuestas, que envuelve al lector en la especulación y en los lazos más afectivos de la inteligencia. Esa línea de horizontes no es suficiente para descifrar la perspectiva intelectual que integra y desintegra las formas traslúcidas del pensamiento.

En esa variante, veamos lo que dice a partir de su inconmensurable estilo conceptual:

“Lleno de mí, sitiado en mi epidermis, por un dios inasible

que me ahoga, metido acaso, por radiante atmósfera de luces,

que ocultan mi conciencia, derramando, mis alas solas

en esquirlas de aire, mi torpe andar a tientas por el lodo;

lleno de mí -ahíto- me descubro en la imagen del agua

que tan solo es un tumbo inmarcesible, un desplome de ángeles

caídos a la delicia intacta de su peso…”

José Gorostiza nació en Villahermosa, Tabasco, (México) el 10 de noviembre de 1901. Se trasladó a la Ciudad de México en 1920 al concluir el bachillerato y llegó a desempeñar distintos cargos en la carrera diplomática. Falleció en la Ciudad de México en 1973. A los ciento diez años, las autoridades culturales celebraron el centenario de su nacimiento. Su biografía fue redactada por Víctor Moreno, María E. Ramírez, Cristian de la Oliva y Estrella Moreno.  

Su actividad en el campo de las letras ha sido reconocida por todos los estamentos culturales de México, y sus poemas han trascendido las fronteras de la inmortalidad. El amplio campo intelectual de su poesía representa una sensibilidad literaria de vivo criterio. En esa corriente, Jorge Cuesta, para ampliar tan amplios conceptos poéticos y estéticos de su creación poética, indica:

“En un famoso ensayo, el poeta norteamericano T. S. Eliot observa que una de las principales virtudes de la poesía de Dante es la claridad visual de las imágenes poéticas, claridad que se debe al uso de la alegoría. Muerte sin fin, la poesía de José Gorostiza es una alegoría. Debemos notarlo como producto de una evolución poética que vale la pena no considerar con indiferencia”.

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