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La narrativa de Carlos Acevedo

La narrativa de Carlos Acevedo

La narrativa de Carlos Acevedo

El momento de mayor ascenso del narrador Carlos Acevedo tiene mucho que ver con la publicación de su libro Violeta y yo, (cColección Orfeo, Biblioteca Nacional, 1985). Con este texto, se asientan otros logros narrativos como Fábula de los tres monos, Fábula de las manzanas, Al pasar, Fábula del limosnero, El viajecito, Viaje a las estrellas y El encuentro, entre otros.

Carlos Acevedo Nnació en Puerto Plata el 5 de junio de 1939 y murió en Santiago de los Caballeros el 13 de febrero de 2018.

La Narrativa de Carlos Acevedo es un texto inédito de gran colorido, por la magia que refleja su escritura la que convierte en una sensación concreta-ilusoria e ilusoria de los hechos que aborda en cada cuento.

Por ejemplo, Fábula de los tres monos nos permite atisbar la mente, estableciendo en su creatividad una experiencia e imagen inquietante. Se trata, de una apuesta instintiva propia de los grandes narradores., Con ellao asistimos a una obra de teatro en la que es posible comprender el lenguaje de los animales, donde Carlos Acevedo muestra, al mismo tiempo, fascinación en los lectores al narrar también los inicios de la humanidad.

En su primer cuento, describe las dimensiones físicas de los monos, la teoría que se desarrolla, incluso, filosófica, dando cuenta también de la naturaleza en cuanto a la tierra y sus follajes. En fin, aporta notables sucesos que introducen al debate opciones dialogantes como premisas al definir las características de los monos. Y ahí es, donde lo que cuenta de ellos adquiere un factor de cohesión en las estrategias del lenguaje:

“Érase en aquel antaño tan antiguo entonces en que la tierra con temblores y vómitos de sus entrañas comenzaba el mundo, que los animales, por una u otra muy extraña circunstancia o razón, hablaban, se entendían o qué sé yo. Y como ya es demasiado tarde para averiguar el cómo o en qué forma lo hacían, vamos a prescindir de ello. Y he aquí, entre nosotros, había tres monos, que a continuación vamos a describir:

Monos, ¿tamaño?... pequeños; ¿con rabo? Sí; ¿Colmillos? Cuando no;¿color?... No importante… Ni yo los vi y quieén me contó el caso o no sé acordaba o no le dio la gana de decírmelo. Entonces, como se dijo, he aquí que había tres monos, encaramados lo más alto que podían en un árbol, cuya especie posiblemente hoy ya se encuentra extinta sobre la tierra. Allí estaban los monos, feos como de costumbre, haciendo muecas, piruetas y morisquetas como de costumbre también, y conversando en la forma que dije no sabía en qué consistía o cómo era.

Y en aquel tiempo decía un mono a sus congéneres, que como ya sabemos solo eran dos: “!Oh!, mono, este árbol tiembla como hoja con miedo al viento.” Y así surgió la primera controversia filosófica del mundo que comenzaba, me aseguró mi narrador”.

En sus cuentos, el autor teje sus propias circunstancias y mentiras (hablando literalmente) y se constituye también como personaje en primer plano al meterse en la matriz del relato. Una especie de autobiografía de su personalidad, absorbido por la ficción que es una propiedad innata en los creadores literarios, en los artistas de la plástica y el cine, entre otros géneros. Esto lo podemos comprobar en Fábula del limosnero, cuanto acota:

“Hacía mucho tiempo que no veía a mi amigo Carlos Acevedo y he aquí que un día sin esperarlo me encuentro con él en la calle. Luego de las alegrías y sus manifestaciones, le invité viniese a mi casa, que era cerca, y luego de tomarnos unos tragos (que a él le encantan) y cenar (que tampoco le disgustaba), nos sentamos a intercambiar impresiones con lo que restara de la botella. Así lo hicimos.

Informándome de su vida me dijo que una vez se encontró en una situación muy peculiar. Aquí me santigué mentalmente, intuyendo que algo iba a contarme y sé por experiencia que Carlos Acevedo es más embustero que Tomás Carite el que aseveró una vez que pescó un pescado de tal nombre tan grande que para verlo completo había que ir en automóvil de la cabeza a la cola o se llegaba muy cansado, y casi más mentiroso que P.B. cuyas iniciales solo doy para evitar malos entendidos. Pues bien, me contó lo siguiente:

El ratón Manuel, era un ratón de lo más que sée yo. Tenía una sonrisa larga como largos eran sus amarillos roedores dientes. Siempre sonreía; y como es natural, mostraba dos dientes. Cosa que no dejó de inquietar a más de uno que lo conocía, pues pensaría de seguro, que mostraba los dientes en son de ferocidad o amenaza, más que sonreír. En verdad es que, con esos dientes, nunca supo que mordiese a alguien, amén que no fuera un pedacito de queso guardado celosamente en alguna parte y otras cosas así de la despensa y por el estilo.

Después de todo, tengo que vivir--

Chillaba siempre que se le sorprendían.

Así sea del robo-“.

De manera pues, que leer los cuentos de Carlos Acevedo representa una espléndida iniciativa que activa la emoción y la memoria. En esta circunstancia, coincido con las palabras de Chandogya Upanishad, quien escribió: “Los hombres no podrían pensar ni conocer nada… Hasta doónde llega el desplazamiento de la memoria, él alcanza la voluntad”. Porque la memoria es una herramienta necesaria, básica, para entrar en contacto con los hechos, los conflictos y los dilemas que suscriben los escritores de cualquier género a la hora de crear sus obras. Sobre todo, los períodos históricos, críticos o circunstanciales que los personajes que habitan en ellos para tratar de entender la médula de sus crisis, sus sátiras mordaces y sus perspicacias presdigitadoras.

De cualquier modo, la fascinación es uno de los elementos elegantes en su narrativa; el instinto poético tiene una descarga enardecida de evidente carácter psicológico. En suma, provoca un fluir de ritmos que enriquece el lenguaje narrativo, el cual, le abre paso a los fulgores de su imaginación penetrante e incandescente.

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