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Román Espadas s.j. es mi amigo

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La verdadera amistad es una relación de doble vía, horizontal. Es hablar y escuchar, quererse a pesar de la distancia. El P. Román Espadas s.j. es mi amigo, y aunque nos separó la vida por cinco décadas de diferencia al nacer, el cariño nos acercó, como si hubiéramos sido compañeros de escuela.

Nos conocimos gracias a la Compañía de Jesús y la pasión de ambos por la historia y la cultura en sentido general. En tiempos difíciles de pandemia hablamos diario, de él me gusta recibir consejos, nos parecemos en ser cabezones, pero también en buscar potenciar lo bueno de las personas. Es un jesuita que suele estar inquieto, ninguna enfermedad ha podido detener su espíritu. Quiso la vida, como signo de esperanza que me trajo la migración, volvernos a reencontrar en República Dominicana al salir de nuestra querida Habana.

Siempre que hablo con mi abuela me pregunta por el padre Román, es difícil que una persona cercana a su figura no lo recuerde. Es un hombre que deja huellas. Con su vida se valida un viejo refrán que dice: “el papa y un campesino saben más que el papa solo”. Román suele defender como premisa que el conocimiento siempre se alcanza a través del diálogo, de la interacción con otros. Por el aquello de que “donde dos o tres estén reunidos en mi nombre, ahí estoy Yo”. Le gusta unir a personas de diversas cosmovisiones, a los jóvenes nos hizo presentar ponencias con intelectuales consagrados, su idea motor es la búsqueda de crecimiento.

Leyendo la biografía de San Ignacio pude constatar que el buen jesuita siempre tiene una dosis de irreverencia. Román se parece mucho a esa descripción. Su accionar transmite aliento de vitalidad. Su espiritualidad cobra fuerza cuando ayuda a tantos sin esperar nada a cambio. No me refiero sólo a discursos, varias veces sacó de su dieta para poder apoyar la alimentación de otros que no tenían nada en Cuba.

Los héroes del siglo XXI tienen algo que los diferencia y es la verdad que muestran en su cotidianidad. Utilizo estos artículos como excusas para incrustar en la memoria digital a personas y lugares que no deseo salgan olvidados de mi mente por el tiempo. Del padre Román he aprendido que las experiencias profundas de amor, como la amistad, marcan la vida de las personas. 

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