Montar un mueble

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«Los juegos son la forma más elevada de la investigación»

Tenía pendiente acondicionar unas librerías donde aglutinar el conjunto de libros que conforman mi biblioteca personal. Con los años, se van acumulando libros y la cosa termina por ponerse seria (sobre todo cuando toca mudanza). Además, desde el pasado año había decidido que ya era hora de traer todos los libros que aún conservaba en Sevilla: son muchos años los que llevo en Madrid y gran parte de la biblioteca que poseía cuando vivía allí, aún permanecía empaquetada. Años a la espera, hasta que por fin pude abordar la tarea, pude traerlos y juntarlos con el resto.
Así pues, encargué unas estanterías para forrar una de las paredes del salón de libros y aproveché el fin de semana para ponerme a ello.
Nunca he sido uno de esos manitas capaces de convertir un puñado de tablas (o incluso a partir de materiales reciclados que encuentran por ahí) en un magnífico mueble. Ni siquiera cuando el martillo era mi principal herramienta de trabajo. Y fueron muchos los años que llevé un martillo colgado en la bolsa de herramientas que rodeaba mi cintura. Pero por una o por otra, de vez en cuando toca ponerse manos a la obra: un armario, una cómoda o una estantería, pueden ser motivos más que suficientes para buscar en el macuto de las herramientas cada una de las necesarias para el montaje. Y no es ninguna sorpresa: los materiales que utilizo provienen de una tienda de grandes superficies que ya los envía con las medidas y agujeros precisos, tornillos y demás componentes necesarios para que, el trabajo de convertir ese amasijo de materiales en un mueble, resulte lo más asequible posible. También ayuda las instrucciones, claro. Y no obstante, incluso con todas las facilidades que me proveen, siempre termino por causar algún desperfecto en el mueble (unas veces más imperceptible que otras).
En esta actividad, siempre me las he visto yo solo: desempaquetar, armar y colocar el dichoso mueble, sin embargo, en esta ocasión he obtenido la ayuda de Clara, una pequeña aliada de tres años, que ha hecho que la experiencia sea única. Porque para mí esta tarea nunca ha sido un suplicio, pero tampoco es algo con lo que haya disfrutado o que me haya causado satisfacción. Excepto esta. Y al final, entre los dos, colaborando, hemos realizado un trabajo del que podemos sentirnos satisfechos.
No quita que alguna estantería haya quedado con su tara, como siempre me ocurre, pero es algo que ya aprendí a aceptar y a convivir con ello. Después de todo, no es necesario que nuestros objetos reluzcan impolutos, cuando nosotros mismos no somos perfectos ni relucimos impolutos. Es parte de la vida, así que, qué más da si reluce un desperfecto desde el primer minuto…
Al final, he disfrutado porque una actividad anodina y eminentemente funcional, se ha transformado en la excusa perfecta para un fin de semana lleno de actividades, de juegos y de colaboración en casa.