Los horizontes imaginarios de Günter Grass
El virtuosismo de la escritura de Günter Grass recuerda con gran simpatía las novelas y cuentos de Joseph Conrad y Henry James. Una trilogía que nos permitió leer con fruición y entender el largo aliento que se respira en sus respectivos lenguajes.
Cuando leí por primera vez a Günter Grass, llegué a la conclusión de que no existía franja entre literatura y política por el carácter esencial del lenguaje y el canon de su pensamiento que viene a ser la consagración de un conjuro mágico similar al que postulaba Edgar Allan Poe.
Podía también afirmarse que los ensayos de Grass representan un paseo retrospectivo de la imaginación; una metáfora anticipativa que enlaza el discurso con los testimonios de las memorias biográficas que atesoran las ideas liberales, insurgentes, de toda historia humana o cultural.
Por todo ello, sus poemas, novelas y ensayos configuran una vasta creatividad donde no está ausente la teoría política, asumida como paternidad de la libertad y la que enlazaría la vida con la cultura en sus tribulaciones y avatares de la existencia humana. En ese contexto, búsqueda y esperanza son dos elementos capitales en su escritura y memoria tenaz en su valor simbólico y espiritual.
La calidad estética de sus ensayos abarca todo el tejido de la imaginación por el tipo de argumentación que expone logrando que el lenguaje se convierta en una cantera de ideas que posibilitan la interpretación de un mundo amplio y distinto, donde la creación refuerza con asombro la gracia y la habilidad.
Cuando leí por primera vez, en la década de los ochenta, su obra El tambor de hojalata (1959) y vi la producción cinematográfica, quedé influenciado para siempre. Su inteligencia innata fue orgullo para la mayoría de los intelectuales europeos que lo leían con fruición. Muchos de ellos se convirtieron en sus condiscípulos por el empeño que ponía en sus ensayos tratando de unir la realidad y el espíritu.
En los textos de Günter Wilhelm Grass se nos ofrecen dos ejes fundamentales: la fuerza de la creatividad y la conciencia. Ambos elementos fueron parte de su modelo, de su registro en el ámbito de la habilidad artística. El secreto revelador de la misma adquirió la seducción de los sentidos descubriendo el modo exclusivo de escribir y expresar la realidad a partir de respuestas precisas y diáfanas.
Günter Wilhelm Grass nació en Polonia el 16 de octubre de 1927 y falleció en Alemania, el 13 de abril de 2015. Mereció el Premio Nobel de Literatura en 1999, por su obra El tambor de hojalata (1959), una de las novelas más influyentes de la posguerra alemana. En el año 1979, el texto fue llevado al cine suscitando un caudal de expresiones favorables.
Después de leer El tambor de hojalata no he dejado de releer varios de sus numerosos ensayos. Uno de los que más me gusta es Kafka y sus ejecutantes, el cual, especifica Günter Grass, comenzó a escribir en 1922 y que dejó incompletas sus obras Amerika y El proceso. En ellas refleja sus reflexiones en torno al aniversario de la ocupación de Checoslovaquia, poniendo énfasis en los sucesos militares, económicos e ideológicos que provocaron los sucesos inevitables en las sociedades del Este y del Oeste.
Los planteamientos ideológicos de Grass tienen mucho asidero en cuanto a la expansión que ejerce toda ideología y la propia burocracia del poder. La visión de Kafka, en este sentido, sigue teniendo vigencia no obstante la posmodernidad que en grado excesivo se asienta en documentos en sus respectivos sistemas y nos permiten estudiar la historia de la humanidad a partir de valores éticos y la perspectiva del futuro.
Y, al referirse a Kafka, según deslinda Günter Grass, los campos de la identidad de los hombres y de las sociedades no pierden de vista los contornos de la cultura universal. Llegado a este punto, la visión de Kafka se solidifica al hacerse la siguiente interrogante: “Cuando todo se hace pedazos, hay una gran demanda de estabilidad”.
Y aclara:
“¿Qué sabríamos sobre nosotros mismos y sobre los demás si no perdurasen (como perpetuas rendiciones de cuentas) la cédula de identidad, el cuestionamiento, el legajo personal, el expediente? Nada saldría, de no ser por estas secreciones de papel de la existencia humana, llamada documentos”.
Otros ensayos de Grass que me colocaron en la balanza de la conciencia y el espíritu desmesurado de la creación se refieren a Picasso. Los mismos que me contagiaron y me arrimaron a las fuentes de William Faulkner, al laboratorio de Picasso, T. S. Eliot y Vicente Huidobro. Y aún más, me hicieron cabalgar en la imagen de Schmidt, quien, en su forma de expresión condensada en un lenguaje cargado de fantasía y erudición y que los ensayos de Grass están penetrados de una prosa poética, analítica y psicológica de un calado exquisito.
Las facultades sensoriales de Günter Grass contienen el sello de lo universal por el conjunto de ideas y teorías que define en sus ensayos sobre literatura. Sus estudios y enfoques en ese marco de conceptualizaciones que determinan también una motivación enfocada en valor estético y humano, conjunción que, en su contenido, explican la profundidad de su pensamiento al abordar los problemas centrales de la escritura.
Consagró su talento para comunicar las emociones más puras que un poeta, escritor o artista pone de manifiesto con el único empeño de encontrar el valor de la libertad y convertirla en heredad, en arquitectura de la verdad o, dicho de otro modo, interpretar los sueños que hacen posible la belleza. Con mirada inquisitiva, se obstina en la dignidad que solo de ella emana lo justo y sano del pensamiento. Su metodología del lenguaje asumió una función teorética, es decir, se impregnó de un discurso donde lo cardinal definía todas las ópticas a las que hacía referencia Martin Heidegger sobre el ser humano.