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Cuento

El descanso

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Calvino (“Esclavo del Trabajo”) era un hombre ejemplar. Estaba tan aplicado en su oficio de mantenimiento de equipos en una empresa de seguridad social que la gente con el tiempo olvidó su verdadero nombre, Calvino Escalante Trajano.

En sus 45 años de empleado nunca había faltado o tomado vacaciones. Incluso los días en los que sentía algún malestar de salud se enganchaba su bolsa de herramientas, entraba en su traje desgastado y con los guantes en las manos decía: “La empresa me necesita”.

Nunca acudió a fiestas familiares que coincidían con su jornada laboral. Para las reuniones escolares ni siquiera pedía permiso y los achaques de salud los resolvía con hierbas, pues nunca contemplaba la posibilidad de ausentarse del trabajo para ir al médico.

Sus mejores años los había pasado reparando máquinas en la compañía que lo empleó a la edad de 20 años. Estando allí nacieron sus tres hijos, quienes ahora, con edad para mantener a su padre, le pedían que dejara el trabajo.

Preocupados por lo muy desgastado que desde hace unos años veían al hombre y lo mucho que le costaba ya andar por sus propios pies, los muchachos prometían darle todo lo que él necesitara a cambio de que por fin descansara.

Pero Calvino no escuchaba razones y cuando un desmayo lo llevó a un hospital y le diagnosticaron cáncer en los huesos en estado terminal, se dijo a sí mismo que sus jefes pronto lo pensionarían, dado el nuevo infortunio en su vida.

Estos sí habían notado que aquel hombre alto, musculoso y de paso rápido ahora lucía más pequeño; los huesos afloraban a simple vista, la tosedera anunciaba su llegada y caminaba a paso de tortuga, por lo que estaban seguros de que la muerte lo acechaba y solo era cuestión de esperar unos meses para que se fuera a descansar.

Conforme pasaban los meses, los gastos de Calvino se elevaban y los míseros pesos que ganaba apenas le alcanzaban para llegar a la quincena y, sumado a esto, en la empresa se topó con la sorpresa de que su seguro no cubría los cuantiosos medicamentos de su tratamiento.

Pese a todo, "Esclavo del Trabajo" continuaba desempeñando su labor de mantenimiento con las pocas fuerzas que le quedaban, sin que llegase la noticia de la pensión.

La muerte, que parecía haber olvidado a Calvino, un día decidió pasearse por su empresa, pero con quien tenía cuentas que ajustar era con su jefe.

Este, al verla entrar se asustó. Ella, acostumbrada a esta reacción, pasó a enumerarle todas las razones por la que su hora había llegado.

—Aún no puedo irme, me faltan muchas cosas por hacer, viajes que no he realizado, sueños que no he cumplido—, contestó el jefe.

La muerte le explicó que para cumplir con la cuota del día solo le faltaba un alma y no saldría de allí sin ella.

Cuando el jefe escuchó la tosedera que se aproximaba a la puerta vio en Calvino la salida al problema, y al hacer pasar al hombre, le dijo:

—Calvino, la empresa lo necesita.

Y así, Esclavo del Trabajo, quien pensaba encontrar tras la puerta una respuesta a la demora de su pensión, finalmente se fue a descansar.

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